Río Santo o Río Jordán

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Jorge María Ribero, en su libro "Cantabria cuna de la humanidad", nos cuenta que el paraíso terrenal estuvo emplazado en Liébana y refiriéndose al valle de Bedoya nos relata, entre otros datos, que el río que atraviesa el valle (el que todos conocemos como Ríosanto) es el río Jordán. Esta sorprendente y sugestiva opinión nos lleva a pensar que San Juan tendría que descender todos los días de su pedestal de la Iglesia de Salarzón para acercarse al río a bautizar a los infieles.   
Dejando a un lado ésta inaudita pero respetable apreciación, voy a señalar unas pequeñas peculiaridades del citado río Santo que nace en la Peña de las Segás y, después de atravesar todo el valle de Bedoya, llega hasta Castro donde desemboca en el Deva. El Riosanto es por tanto un río corto, apenas tiene unos 8 kilómetros de largo.
 Dice un dicho que “Había una vez un rio tan….. tan….. pequeño que sólo tenía una orilla”. A tanto no llega el Riosanto, pero indicaré que el caudal es más bien escaso, sobre todo en la época estival, debido principalmente a los regadíos de fincas. Paradójicamente, no es un río tranquilo, es saltarín y ruidoso ya que tiene que salvar un pronunciado desnivel, lo que le convierte en un río con corrientes y pequeños pozos debido a la pendiente que presenta el terreno por donde discurre. Sus riberas están formadas, principalmente por hayas, avellanos, alisos, choperas, que le acompañan en casi todo su recorrido, alternando tramos de vegetación muy cerrada con zarzas.
En el catastro del Marqués de la Ensenada, que data del año 1.752, ya nos cuenta que en el curso del río “existen once molinos harineros, todos de una sola rueda, de los cuales solamente cuatro muelen durante todo el año”.
Dice un refrán que “a río pequeño, truchas pequeñas.…..”, pero no es esa la realidad. Hasta hace muy pocos años eran abundantes las truchas y anguilas en el río. En la actualidad, como en gran parte de la zona lebaniega, tanto unas como otras son muy precarias. Otros animales que en ciertos tramos del río se pueden observar ocasionalmente son las nutrias.
No hace aún muchos años que en España no existían las lavadoras, así que las riberas de los ríos eran muy usadas por las lavanderas. Otro elemento que tampoco predominaba eran las duchas. De esta manera, si alguien se quería asear tenía que valerse de una palancana o de una batea. Pero en la época estival era habitual el acercarse hasta el río para darse un baño, sobre todo en los días calurosos o de mucho trabajo, como eran las labores de recogida de la hierba o cuando se majaba el trigo.
De este modo, aunque el río no bajaba mucho caudal, era el único espacio donde uno se podía dar un baño. En cada zona de su recorrido existían pozos que eran los predilectos para tal menester, entre otras razones porque tenían profundidad, por lo menos eso nos parecía a nosotros, y a la vez que estuvieran algo retirados de la mirada de curiosos o curiosas, porque en la mayoría de las veces se practicaba el nudismo.
Precisamente, hablando sobre este tema, un enamorado del valle de Bedoya, Gonzalo Soberón, me comentó hace poco tiempo: Tengo unas fotos de los pozos del río donde iba de pequeño a bañarme; si te interesa te las mando”. Y aquí están. Así empezó ésta idea de subir a la red varias fotos del Riosanto, recordando los pozos donde nos dimos los primeros y contados baños. Había que ponerse guapo por si algún día aparecía por allí San Juan Bautista a regenerarnos con las aguas bautismales.

 

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