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Visita
de un insigne emigrante
Entre los numerosos
foráneos (la mayoría descendientes del valle) que
nos visitaron durante el pasado mes de Agosto, quiero resaltar la
presencia de uno que por su particularidad, su dilatada ausencia,
su sigilo, su imponente “saber estar” cautivó
a los vecinos del valle.
En realidad su estancia
entre nosotros fue muy pequeña, apenas una semana, pero su
nombre estuvo de boca en boca. Hacía ya muchos años,
muchos… que su familia tuvo que emigrar del valle; tantos
que él aún no había nacido. Este era su nieto
y quería conocer la casa de sus antepasados, por otra parte
ya bastante deteriorada. Ellos tuvieron que emigrar en busca de
mejores aires, mejores parajes donde no les molestasen, ya que aquí
en Bedoya a esa familia se la persiguió, se la maltrató,
se la vapuleó, llegando incluso a desenlaces irremediables.
Pero sin avisar
a nadie, sin preguntar siquiera si podía volver al valle,
sin miedo a represalias, sigilosamente, con un aire señorial,
se presentó el pasado mes de agosto. Como la gente joven,
hacía vida nocturna: por el día apenas salía
de su estancia, pero por las noches le gustaba la marcha. Salía
a cenar a los mejores restaurantes de la zona. No tenía amigos,
iba siempre solo y los demás se apartaban del camino para
permitirle el paso.
Ah, se me olvidaba
decir su nombre: en realidad no lo sé, pero todos le conocen
por “el osu”. Sí, así como suena: el oso
nos visitó el pasado mes; después de muchos años,
en un atardecer del dicho mes, volvió a su casa donde sus
abuelos camparon durante siglos. No avisó a nadie, con su
cuerpo oscuro, macizo y redondeado, sus cortas y robustas patas
entró por el Collau de Orticeu, para llegar a Toja.
Las vacas que pastaban
por la zona no se lo pensaron dos veces: hicieron la “berrona”
y se desbandaron alejándose a zonas más tranquilas
y seguras. Había que dejar pasar al oso. Allí junto
a la ermita de San Pedro de Toja se sentó, respiró
fuertemente y se debió de dar cuenta que tenía hambre.
El restaurante estaba cerca, apenas a cien metros hay un colmenar
y allí se zampó una colmena. ¡¡Vaya comilona!!;
y así las noches siguientes hasta que dijo basta.
De la misma forma
que vino, con su paso suave y parsimonioso, emprendió la
retirada hacia otros enclaves donde los asentamientos humanos dejen
de invadir su hábitat.
Hasta cuando quieras,
“osu”, ya sabes que aquí tienes tu casa.
Septiembre 2004 |