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Entrevistas

Miguel González Portilla

"Me gustaba y me sigue gustando mucho trabajar la madera, el hacer albarcas se me daba especialmente bien"

Hace ya bastante tiempo que intenté hacer una entrevista a Miguel, pero siempre me salía con una evasiva: “No tengo nada interesante que decir”, “la cabeza ya no me funciona….”, hasta que un buen día del mes de Julio le cogí por banda y nos sentamos a la sombra en el banco que tiene a la puerta de su casa de Pumareña y empezamos esta conversación.

Dinos tu nombre, cuándo y dónde naciste ….

Me llamo Miguel González Portilla y nací en Cicera, Peñarrubia, el día 10 de marzo de 1.940.

¿Cómo era Cicera cuando eras pequeño, había muchos niños?

Sí, éramos muchos críos y crías. Cicera era el pueblo que más habitantes tenía de Peñarrubia. Estuve contando y entre chicos y grandes éramos más de cuarenta. Yo me crie con los abuelos

¿Llegaban los Reyes a Cicera?

Sí, sí llegaban, hombre. A mí me mandaban pronto a la cama y tenía que poner un escarpín a la ventana. Me solían poner un tortu preñau, unos escarpines, o alguna cosuca así que me hacía falta. Juguetes pocos, me acuerdo una vez que me trajeron un acordeón pequeñuca. Fue el único juguete que tuve. En otra ocasión estaba yo con un chaval que se llamaba Litos, que era algo mayor que yo, y me contaba que los Reyes eran los padres; “ésta noche a ver si no nos dormimos”, me decía. Cada uno dormía en su casa y total que yo dejé la puerta entreabierta y hacía que roncaba, pero con el ojo abierto, y vi a mi abuela pasar con algo. A otro día le dije a Litos, “vi a mi abuela”. Y él: “yo a mi madre”. Se lo comentamos y nos dijeron que no nos dejaban más Reyes. Tendría yo ocho o diez años.

¿Pedíais los aguinaldos?

Sí, los pedíamos los críos y también los mayores. Nos daban unos huevos, algo de dinero, algo así como dos reales, y luego íbamos juntos a comer una chocolatada. Los mayores también hacían una comilona con baile.

¿Había escuela en Cicera?

Sí, era escuela mixta. Me acuerdo de un maestro, don Ramón, que, si no sabíamos la lección nos castigaba sin comer. Ya te comenté antes que yo tenía mucho roce con Litos; éramos muy amigos, aunque él era un poco mayor que yo. Sus padres se llevaban muy bien con mis abuelos. Su casa estaba junto a la escuela y cuando nos castigaba el maestro a quedar cerrados en la escuela, saltábamos por la ventana e íbamos a comer a casa de la abuela de Litos, que se llamaba la tía Estefanía y en cuanto comíamos volvíamos otra vez a la escuela. En una ocasión el maestro se olvidó de sacarnos de allí. Le gustaba mucho el vino y la taberna estaba a veinte metros de la escuela. Ya era de noche cuando nos sacó de la escuela. Estuvimos allí toda la tarde, pero la lección no la aprendíamos, nos dedicábamos a jugar. Normalmente nos llevábamos bastante bien entre todos los críos.

¿Ibas mucho a la escuela?

Sí, no me quitaban de ir, pero en cuanto salía de allí, tenía que ir con los corderos, o con las ovejas. Los corderos los llevábamos a los Rejos y al atardecer había que traerlos a la cuadra para ordeñar las ovejas y que mamaran. Nos mandaban a la escuela, pero en cuanto salíamos teníamos que ir a pastorear o a lo que hiciera falta. Había que tener cuidado para que los ganados no se fueran a fincas de los vecinos y en casa de mis abuelos había ovejas, corderos y vacas.

Bueno, pero también tendríais tiempo para jugar…

Sí, jugábamos a la Raya, al Calvu, al escondite y de vez en cuando en tirarnos piedras unos a otros, jeje.

¿Había luz eléctrica en Cicera?

Sí, de la Eléctrica de Naveu. En casa teníamos solamente una bombilla y había un agujeru en el techu para subirla a la planta de arriba. No daba la cosa para más. A veces venía por el pueblo Ramón, un empleado de la Eléctrica. “Estamos sin luz, Ramón, ¿qué pasó?, le preguntábamos. “Es que se atravesó una hoja…, es que hay seca….”, todo eran disculpas y la mayoría de las veces estábamos sin luz. Por el día no había, solamente por las noches y un poco. Carretera tampoco había, únicamente la que sube al Collau Hoz. Ésta yo ya la conocí hecha.

¿Se pasaba hambre en Cicera?

Siempre había alguno que lo pasaba mal. En realidad, yo no pasé hambre, se sembraban las tierras de trigo, de borona, se mataba una oveja para pasar el invierno. Para la romería del pueblo se mataba un cordero. También todos los años se mataba el chon. Entonces no había congeladores y se metía la carne en un duernu, o en una masera; se echaba sal a la carne para que no se echara a perder, pero comilonas pocas.

Me dijiste que te criaste con tus abuelos…

Sí, mi abuelo tenía una fragua, a mí me mandaba ir a tirar del fuelle y me decía: “Nene, no te vayas, y aprende que algún día igual te hace falta, que el saber no está de más”. “No, no me voy”, le contestaba, pero en cuanto podía, yo me escapaba para la bolera. Con catorce años ya segaba yo la hierba solo. Se me daba bien segar. Me acuerdo que mi abuelo fumaba hojas de maíz, las cortaba y las secaba. El tabaco estaba restringido y a veces venía algún vecino a preguntarle. “Jacinto, ¿cómo andas de tabaco?”. “No lo sé, hombre, porque ya somos más fumadores en casa”. Lo decía por mí que tendría yo doce años. Algunas veces me decía: “Nene, ven aquí, siéntate un pocu a la sombra y echa un cigarru”. ¡Qué sabría él que era malu el tabacu….!, la ignorancia es la madre del atrevimientu. Yo apenas fumé, a veces los Domingos echaba la partida a las cartas y fumaba un cigarro, y luego entre semana nada. Mi abuelo murió cuando yo tenía 16 años y él 75. El mismo día que murió, hice yo los 16 años. Tuve que hacerme yo cargo de la casa con mi abuela que era fina, era muy trabajadora. Sembrábamos de todo, maíz, trigo, patatas, cosa de hortalizas muy poco.

¿Ibais a misa?

Si, sí, como para no ir. A veces teníamos que escondernos del cura porque si no había que ir donde él a besarle la mano. Si te hacías el pendeju y no le besabas la mano, te la guardaba.

Vamos a hablar algo de la juventud. ¿Cómo os divertíais?

Con un tambor se hacía baile los Domingos al lado de la escuela y también jugando a los bolos. A mí me gustaba mucho el baile, se bailaba la jota, pasodobles, y esas cosas, como yo digo: “tu me traes y yo te llevo”. Salíamos a las fiestas de todos los pueblos de alrededor, incluso veníamos a las fiestas de la Cruz en Potes. Montábamos en el coche de línea en el desfiladero y para volver esperábamos a las seis de la mañana que salía de Potes el mismo autobús de línea y después ríu Cicera arriba. Alguna vez fui a Lebeña a la fiesta de San Román, que es el 18 de Noviembre. Me acuerdo de ir andando en albarcas, salimos de Cordancas por Arcedón a Lebeña. Nos trataban bien en Lebeña, no nos dejaban sin cenar, me invitaban varias casas. Me acuerdo que había una hija de Agustín, al que llamábamos el “alimañeru”, pues se dedicaba a coger lobos y zorros. Tenía una hija que había estado estudiando con las monjas, pero se salió. Era mayor que yo y me dijo Agustín que tenía que bailar la jota con su hija. “No, coño, que estoy en escarpines y albarcas”, le dije. “Da igual”, me contestó. Total, que arrimé las albarcas a una pared y me lie a bailar con ella en escarpines hasta que los rompí. ¡Vaya una bronca que me echó mi abuela…..!. Íbamos también mucho a fiestas para la parte de Lamasón, a San Pedro en Lafuente, San Bartolo en Quintanilla y San Miguel en Puentenansa.

¿Cómo era la romería del Carmen en Cicera?

Era una romería muy guapa. Nos juntábamos todos los pueblos del alrededor. Se invitaba a cenar a familiares y amigos y el día de la romería de los otros pueblos nos invitaban a nosotros. Eran unas fiestas muy familiares. Cuando íbamos a las romerías de los otros pueblos nos esperábamos y bajábamos todos juntos cantando, a Naveu, Linares, Roza, y cuando íbamos para Lamasón igual. Al ir para allá cantábamos bien alto, pero cuando volvíamos, ya la cosa bajaba. Una vez fuimos a Nuestra Señora a Naveu y al día siguiente había que ir a segar para luego bajar a Linares a San Roque, que era la fiesta allí. De aquella se salía del pueblo a las seis de la tarde porque para las diez muchas de las muchachas ya tenían que estar en casa. Yo volví a casa de Naveu ya de día y tenía que ir a segar un prau. Me preguntó mi abuela si me subía la comida. “No, no, ya bajo yo a comer a casa”, la respondí. Llegué al prau y me puse a picar la guadaña y me quedé dormido. Era la hora de comer y no había llegado a casa. Subió mi abuela con algunu más pensando que algo me había pasado y me encontraron dormido sobre la guadaña.  Me esllaguné un pocu, como yo digo, en el riu, y para la romería de Linares. Me gustaba mucho bailar.  

¿Tienes alguna anécdota más?

Hay muchas cosas que se me olvidan, aunque me acuerdo cuando estábamos en los invernales con las vacas y nos juntábamos la víspera de la Ascensión en Ogabia. Llevábamos unas tortas de casa y ordeñábamos las vacas para hacer arroz con leche. Nos juntábamos unos cuantos, todos hombres, y hacíamos un calderau de arroz con leche. Así pasábamos la noche de fiesta. Esa noche dormíamos poco y al día siguiente terminábamos el arroz con leche, que ya estaba bien frío y bajábamos al pueblo a la hora de Misa.

Me acuerdo de otra vez que había una riada grandísima, fue el día 4 de Junio y era la fiesta del Corpus, no se me olvida. Empezó a llover y a llover. Yo subí al invernal con un vieju del pueblu. Teníamos el invernal muy cerca uno del otro, en Cordancas. Yo todavía era un criu y subía una hachuca y mi abuelo como era herrero la tenía bien afilada, cortaba muy bien. Teníamos que cruzar el río en la Cayunga para meter las vacas en los invernales por lo que llovía. Primero cruzaron el río unas becerras que tenía yo que eran mellizas y casi creí que me las llevaba el riu. Para cruzar nosotros, el vieju que iba conmigo tiró una espina grande y un avellano para cruzar encima del agua. Teníamos que pasar por encima de la madera. Íbamos en albarcas y claro para pasar por encima de la madera no se podía, así que él se quitó las albarcas, las tiró para la otra orilla y pasó el primero. Después me tocó a mí hacer lo mismo. Tiro la primera albarca y bien, pero tiro la segunda y tropezó en una caña y cayó al rio que se la llevó y me comentaba al pocu ratu el vieju: “si no ha parau, ya está en Unquera”. Yo luego también pude pasar y me dio la vida que tenía otras albarcas en el invernal y después de meter las vacas, bajábamos para casa. Resulta que de allí hasta Cicera no hay menos de cuatro kilómetros, habrá más y el río se salía del cauce por muchos sitios, y ¡qué casualidad….!, junto al puente las Lloses de Cicera, allí llegó mi albarca y la recogió un primo mio, Antonio. La cogió y se la llevó a mi abuela para preguntarla: “Tia, ¿esta albarca no es de Miguel?”. “Sí, le contestó mi abuela, la misma….”. Entonces se revolucionó todo el pueblo, unos llorando y otros subiendo por el cauce del río pensando que me había llevado la corriente. Nosotros tropezamos junto a una ermita que hay allí a una vecina que se llamaba Balbina y nos puso al corriente de lo que pasaba en el pueblo. “Ay Dios mío, tienes toda la gente revolucionada en el pueblo, llorando…., pensando que te había llevado el ríu, menos mal que estás vivu….”.  Cuando llegué al pueblo todos me abrazaban y pensaban que había sido un milagro.  

¿Fuiste a la mili?

No, resulta que rompí un pie cuando tenía 16 años. Todavía se me conoce bien. Si no es por un curandero que había en Piasca que se llamaba don Belarmino, ceo que hubiera quedado inútil. Ahora todavía echo el pie algo travesau, pero nunca me ha dolido.

¿Dónde iba a trabajar la juventud?

Generalmente al monte a los pinos por Vizcaya y también por Cantabria. Yo estuve por la zona de Marquina, Somorrostro, Zalla…...

¿Cómo era la vida de los pinos?

Muy dura, por la mañana nos levantábamos todavía de noche para almorzar unas chulas de tocinu y gracias. Trabajábamos de sol a sol. Y al mediodía comíamos fréjoles de esos pintos con tocinu. No era panceta, era tocinu de eso blancu. Por la noche unas patatas. Dormíamos en una chabola, la cama era de jelechos y nos tapábamos con una manta que llevábamos de casa. Ese era el colchón que teníamos. Apenas que nos lavábamos y la ropa interior la lavábamos cada mes por lo menos, ya sabes….; los pantalones que teníamos, con la resina de los pinos estaban tiesos, no valían para más. Los últimos años ya dormíamos en una casa de patrona y por lo menos se comía mejor.

¿Cómo fue el venir a vivir a Liébana?

Pues ya te digo que veníamos a veces a las romerías. A Elena, la que hoy es mi mujer, la conocí en Lebeña. Empezamos a andar así, que si sí, que si no…., y estuvimos siete u ocho años de novios. Nos casamos en Bedoya en el año 1969, de esta manera vine a vivir a Pumareña y aquí ya dejaré la piel.

¿Qué te pareció el valle de Bedoya?

Bien, muy bien, me trataron siempre bien, yo conocía mucha gente del valle y muchos también me conocían a mí. Nos ayudábamos unos a otros, sobre todo en la época de las vendimias. Yo trabajaba en una finca de Tama y, como disponía de tractor, araba por ahí muchas tierras, en la Llosa, en la Vega…., nunca cobré nada, como eran fincas pequeñas no merecía la pena. Para mí, siempre me trataron bien en Bedoya, no tengo nada que decir de nadie.

Sé de buena tinta que eras un gran artesano de la madera, le comento

Me gustaba y me sigue gustando mucho la madera. Me fijaba mucho cómo lo hacían los mayores y decía: esto también lo puedo hacer yo. En Cicera había varias personas que les gustaba mucho este oficio. En cuanto veía un trozo de madera, pensaba a ver qué podía salir de allí. Así aprendí a hacer astiles para las guadañas, presejas o cebillas como decís aquí, mangos de herramientas, vadillos, cachavas, pero sobre todo el hacer albarcas se me daba especialmente bien. Las albarcas no las vendía, las hacía para la familia o para algún amigo. Vendí alguna para algún capricho. Un día en Potes me las vio un hijo de Esteban el de Colio y se le antojaron y se las vendí. Me acuerdo también que vendí otras a José María Lama, de Potes, que luego las mandó para Méjico. Con Gabriel Conde hicimos unos ejes para unos carros de esos que "cantaban", los vendimos en 16 duros.

También sé que te gustaba mucho la caza

Sí, me gustaba mucho. Yo era monteru y tuve buenos perros. Me acuerdo de una perra, hace ya unos 30 años, que la vendí en 500.000 pesetas. Lo que no me gustaba era ir al puesto, yo gozaba siendo monteru. Cuando ya me fallaban las piernas para ir de monteru, acabé yendo también al puesto. Ahora, cuando hay cacerías por aquí, las escucho por la emisora.

¿Tienes internet?

Sí, lo tenemos en casa, pero los únicos que lo manejan son mis nietos. Yo solo tengo un teléfono de los torpes y para mí me sobra. 

Cuéntame algo de Bedoya…, ¿a qué te dedicaste?

En Bedoya yo me llevaba muy bien con todos. Cuando vine, lo primero que hice fue dedicarme a las subastas de madera. Tiré una en Valcayo, en Cosgaya y en Pembes. En Bedoya no tiré ninguna, pero me tocó sacar la madera de una subasta con Daniel Peña que tenía una carroceta. …. Luego entré a trabajar en la finca de Fuente Salas que era del periodista Mariano Linares. Allí estuve cuarenta y tantos años y todavía tengo que ir alguna vez por allí por si hay que hacer alguna cosa. Voy con el nieto que poda los setos y los árboles. Allí hacíamos muchas fiestas, se mataban muchos animales. Yo era el asador, me acuerdo de una vez que asé dos terneros enteros. En la despedida de soltero de Mariano asé catorce corderos, todavía tengo por casa una foto con Carmen Sevilla de aquel día. Vinieron también los Morancos, los del Río, allí conocí mucha gente. En la finca yo era el encargado de atender a los terneros, teníamos unos quinientos. Eran sólo para ricos, tenían la carne blanca y era muy cara. Llegamos a ser diez de plantilla y no sería yo tan malo que al final quedé yo solo.

En Cicera no había viñas, ¿cómo te arreglaste para trabajarlas en Bedoya y sacar tan buenos caldos?

Cuando yo vine para acá, mi suegru ya estaba algo jodido de la salud y tenía un par de viñas bastante buenas. Yo bajaba con él a podar la viña y me fijaba mucho cómo lo hacía, pero algunas veces ya se le iba la olla. A mí se me daba bastante bien podar. En una ocasión decía Adolfo el de San Pedro: “unas viñas bien podás son las de Miguel y eso que no es de aquí”.

Me comentaste que en Cicera también jugabais a los bolos, ¿eras buen jugador?

No era de los peores, me defendía bien. Nos jugábamos una botella de vino y algunas veces unas galletucas. Después, yo jugué algo en Potes, en la Peña de Andro, pero tenía poco tiempo, entrenaba muy poco.

En los últimos días del mes pasado arreglaste la bolera de San Miguel….

Sí, estaba muy abandonada. Hace ya muchos años que no se jugaba en ella y parecía un prau. Tengo un nieto, Angel Casares, que tiene bastante afición y tiene buen arte para jugar a los bolos y este año me sentía yo bastante bien. Tuve la gripe A que casi me lleva, pero mejoré bastante y empecé con el arreglo de la bolera. Quedó bastante bien. Lo hice con gusto y con gusto voy a seguir conservándola mientras pueda. El otro día estuvieron jugando los jugadores de primera categoría David Cecín y Jonathan García. Quedaron encantados de cómo quedó la bolera. A ver si para San Miguel hacen un concurso de bolos.

Pues muy agradecido por el enorme trabajo que hiciste. Da gusto ver y oir otra vez el ruido de los bolos. Y así nos despedimos de Miguel; dice que tiene mala memoria, pero creo que en ésta ocasión no lo demostró, nos contó muchas e interesantes cosas de su vida. Muchas gracias por ello.

José Angel Cantero
Agosto de 2024

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Gonzalo - 04-09-24

Grande Miguel ¡¡¡¡ Lo que ha hecho en la bolera digno de elogio




 
 
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