Última cacería de la temporada  para la cuadrilla 31. Hay que ir a cazar al lote de Onquemada, un monte que  abarca desde La Vega hasta el alto de San Glorio. Amanecía un día plomizo, unas  negras nubes cubrían los montes de alrededor y la lluvia aún lo complicaba más. 
                      Mientras los cazadores iban  presentando las acreditaciones, Juan Carlos se encargó de hacerles las  recomendaciones de rigor. “Estuvimos viendo el monte y hay jabalís, no tantos  como quisiéramos, pero se ve el monte bastante andau. Vamos a cubrir por la  riega que sube de Vada a Bejo y también desde Enterrías, Dobarganes hasta  enlazar con los de Bejo”. Si para de llover, por la tarde igual echamos hasta  el alto del puerto”.  
                      Una vez colocados los puestos, se  dio la orden de entrar los monteros y no tardaron los perros en disipar las  dudas, ya que pronto movieron el cotarro. Por tanto, después de sacar a pasear  a los jabalís, les tocaba ahora a los puestos el placer de lucirse. Y bien que  se lucieron. 
                      El primero en tocar pelo fue  Héctor, el nieto de Ceto, que en la riega por encima de Vada mató a un buen  ejemplar que se le presentó. Dos disparos fueron suficientes. 
                      Diego, el de Seprona, está bien  entrenado y no tuvo mucha dificultad en dejar inmóvil al jabalí que intentaba  pasar en dirección a Villaverde.
          En la misma riega ahora le tocó  el turno a Miguel, el de la parrilla, que   se estrenaba en la temporada. No había matado ninguno y, por lo que se  ve, nunca es tarde. 
                      Parecía que hoy los jabalís iban  todos en la misma dirección ya que, en la misma riega y un poco más arriba,  estaba Raúl que no se puso nervioso para detener a uno de los dos jabalís que  le llegaron. 
                      Parecido le ocurrió a José, el  alguacil, que vio al jabalí desde lejos y tuvo la tranquilidad de dejarle  aproximarse para soltarle un pepinazo para dejarle seco. 
                      
Después de vueltas y más vueltas,  parecía que se habían acabado los jabalís y como ya era casi mediodía, Juan  Carlos decidió cambiar los puestos y echar la zona alta del lote. “Parece que  el día se abre y apenas llueve, así que vamos a cubrir desde el mirador del  corzo hasta la Hoyona, que ya hace límite con terrenos de Ledantes”. 
                      Nada más empezar los sabuesos,  hubo un levante de un jabalí muy grande. En la Hoyona estaba ahora Miguel, el  de la parrilla, y aún tenía el rifle caliente de la mañana porque  un disparo fue suficiente para que el jabalí  dejara de correr. “Es una jabalina muy grande….”, avisaba un pletórico Miguel por  el doblete. 
           Más arriba estaba David, el hijo de Miguel, y  no quiso quedar mal delante de su padre, así que se encargó de detener a un  jabalí que traían los perros de Clemente.
                      A Diego se le presentó la  oportunidad de detener al octavo de la tarde, y no lo hizo mal del todo, ya que  disparó y el jabalí dio unas vueltas, pero, sin saber cómo, se volvió a  levantar y emprendió de nuevo la carrera. Pero no fue muy lejos porque más  abajo estaba el Tejeru que se encargó de pararle los pies.
                      De nuevo se le volvió a presentar  la ocasión a David y si su padre había matado dos, no quiso ser menos y se  lució matando de un único disparo un hermoso jabalí.
          “Atentos que los perros llevan un  rebañu de ellos, atentos los que estais en la Muela….”, pregonaban desde la  emisora. Allí estaba Roque que, al ver tanto jabalí junto, no tuvo otro  pensamiento que descargar el rifle al bulto y cuando levantó la vista, había un  jabalí retorciéndose. Los demás se desperdigaron por donde pudieron. 
                      Pero no fueron muy lejos, ya que  Manuel Pando fue el encargado de parar a uno de ellos. Era también un buen  ejemplar. En realidad ahora ya la mayoría de jabalíes están gordos. Las bellotas  hacen su efecto.
                      Y para rematar la jornada, Pablo se  lució matando al que sería el número doce. “Aquí están los perros mordiendo. Es  pintu, tiene las orejas blancas……”.
          “Yo creo que ya tenemos el cupu,  así que vamos a recoger los perros y nos vamos a La Vega a calentarnos, porque  se está poniendo la tarde otra vez con mala cara”, les anunciaba el jefe de la  cuadrilla.
                      Efectívamente, la climatología se  complicaba, arriba ya no era agua, trapeaba bien, pero la cara de los cazadores  era muy risueña. Tan risueña que más tarde lo celebraron por todo lo alto. No  era para menos. Era el final de la temporada y se había rematado por todo lo  alto, sin incidencias dignas de mención y con un bagaje de jabalís que más de  uno hubiera querido lograr: 52 jabalís. ¡Enhorabuena!!!!! .