Son simplemente
estas líneas, unas supérfluas pinceladas sobre la
historia, mitos, leyendas y costumbres de Bedoya.
Aquí, como en todas partes, también tenemos curiosidades
desde las más pintorescas, hasta las más increibles.
Y esto también forma parte de la historia de los pueblos
ya que han sabido quedarse para siempre en la memoria de las gentes
y han sobrevivido a través del tiempo.
San
Antonio
San Antonio,
patrón y guardián de los animales
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ORACION
A SAN ANTONIO
Con el fin de
que apareciesen los objetos perdidos o los ganados descarriados,
era costumbre, que aún se observa, el rezo de unas oraciones
a San Antonio, pues, de otro modo, se perdia nuevamente y no volveria
a aparecer más; pero era más frecuente el rezo de
una oracion, mientras se buscaba el objeto perdido, que en una
de sus versiones, decia:
Si buscas milagros mira:
muerte y error desterrados,
miserias y demonios huidos,
leprosos y enfermos sanos.
El mar sosiega su ira,
redímense encarcelados:
miembros y bienes perdidos
recobran mozos y ancianos.
El peligro se retira,
los pobres van remediados:
cuéntanlo los socorridos,
díganlo los paduanos.
El mar sosiega su ira ... etc.
Ruega a Cristo por nosotros,
Antonio glorioso y santo,
para que dignos, así,
de sus promesas seamos.
El mar sosiega su ira ... etc.
Cuando se perdía alguna res, y con el fin de que apareciese
sana y salva, se rezaba la oración a San Antonio en diversas
variantes muy parecidas unas a otras, que para no caer en reiteracion
omitimos, y pasaremos a narrar un jocoso hecho relacionado con
esta costumbre.
Un jovenzuelo de Bedoya que vivia con unas tias suyas, habiéndose
perdido un "jato" de éstas en ocasión
de haberse observado la presencia de lobos en la zona, y temiendo
fuese acometido por ellos, comentaban la necesidad de rezar la
oración de San Antonio, para lo que debian esperar a la
llegada de un vecino ausente que la sabia. El chico, muy avispado
y guasón, les dijo que él sabia una muy milagrosa,
pero que antes de rezarla era preciso que las dueñas del
animal rezasen una serie de credos, salves y padre nuestros, mientras
él traia la "preseja" del jato, que tenía
que sostener en sus manos mientras rezaba la oración. Cuando
le pareció que ya les habia hecho rezar bastantes oraciones,
ordenó que todos los presentes se pusieran de rodillas
y con los ojos cerrados, repitiendo la oración que él
rezaba delante, y cuya versión fué la siguiente:
Lobos que andáis por el monte
con la boca abierta y el "rabu tendiu",
comed el "jatu" de mi tía
que aún no ha "apareciu".
Ni que decir tiene, los palos que le dieron por su piadosa intención
(Texto obtenido del libro Leyendas y Tradiciones Lebanigas I- Biblioteca de Temas Lebaniegos escrito por Jose Mª de la Lama).
EL
COSTAZU
El valle de Bedoya
tiene fama de ser un pueblo muy religioso. A principios del siglo
pasado, hacia el año 1.910, existía una Cofradía
llamada de San Antonio, protector de los animales; dicha Cofradía
disponía de unos fondos crematísticos pero no sabían
el rumbo que los debían de dar; por fin acordaron invertirlos
y planearon comprar un jato para echarle al puerto con la cabaña
de las vacas, posteriormente le venderían en el otoño
y así podían obtener un rendimiento mayor. Pero
ocurrió que la primera vez que se acercaron los lobos a
la cabaña de las vacas, no repararon en otro animal que
en el susodicho jato.
Había también
un vecino de Esanos, llamado el "tíu Pólito",
Hipólito Soberón, que tenía un rebaño
de cabras; por aquella época las tenía en el monte
de Lobada, ya que tenían cabritos y los tenía que
dejar por el día en un invernal que había en Cedablo;
el "tíu Pólito" contrató los servicios,
por poco más que la comida, de un muchacho para pastorear
su rebaño; el jovenzuelo se llamaba Benigno García,
que apenas tenía 12 años, recibiendo por parte del
dueño las siguientes instrucciones: “Suelta las
cabras y las enveredas monte arriba; deja la perra con ellas y
tu te vuelves al invernal, pelas algo de ará (hiedra) en
los alrededores y se lo echas a los cabritos; cuando termines
de hacerlo, te vuelves con las cabras”.
Así lo estaba
haciendo, dejó las cabras con la perra en el Costazu regresando
al invernal; de inmediato empezaron las cabras a zumbar los campanos,
la perra a ladrar y el aturdido muchacho, con más miedo
que otra cosa, emprendió la ascensión hacia el citado
lugar para ver lo que allí estaba ocurriendo; la escena
fue patética: enseguida se tropezó con una cabra
muerta, más allá otra con convulsiones de muerte,
una tercera con el vientre fuera, más arriba se topó
con la perra que con ojos de impotencia le miraba en su agonía.
"Los lobos", pensó; en fin, la inoportuna
visita de los salvajes caninos supuso la pérdida de casi
la mitad del rebaño y de la perra. El desconsolado y a
la vez valiente muchacho, ante tal suceso, no vaciló en
emprender una vertiginosa marcha hacia el pueblo de Esanos para
dar la triste novedad al dueño del rebaño y el "tíu
Pólito", una vez enterado del aciago incidente, no
dudó en exclamar: “Si San Antonio no miró
por su jatu, cómo va a proteger mis cabras?”. Eso
era resignación.
CANTU DEL
DIABLU
Cuenta la leyenda
que en el lugar del "Cantu del Diablu", junto a "Poda"
se hallaba con el ganado un pastor del valle de Bedoya de nombre
Rejondrillo; pero como el Diablo está casi en todas partes,
aquel día se le ocurrió darse una vuelta por aquellos
parajes y se encontró con el bueno de Rejondrillo. Ante
una contingencia así, al Diablo no se le ocurrió
otra cosa que tentar al pastor; se desconoce la entidad de la
tentación, pero Rejondrillo fue resistente y no sucumbió
a los requerimientos de Satán.
Ante la actitud
del pastor y lleno de ira, el Diablo intentó apoderarse
de una piedra, o un cantu, para arrojársela a Rejondrillo
en plan de venganza, pero no contó con que el tal cantu
estaba incrustado en la tierra y era de tales dimensiones que
le fue imposible su extracción. Sin embargo allí
quedaron marcadas en la piedra, en un cantu como decimos por acá,
las huellas con los cinco dedos del testarudo, aturdido y derrotado
Diablo.
LOS
ASIENTOS
Están en
Canalimpia, su número se acercaba a la docena y, aunque
en la actualidad debido al arreglo del camino quedaron prácticamente
inservibles al quedar a otro nivel diferente, quiero mencionarles
porque siempre fueron lugar de concentración y cita obligada
en el entonces transitado camino. Era raro la persona que por
allí transitaba que no hiciera una parada y unas veces
para echar una parrafada con el que había llegado antes,
otras para liar y fumarse un cigarrillo, otras para que descansaran
las yuntas de vacas o bueyes, siempre había un pretexto
para realizar el ansiado estacionamiento.
Muy cerca de allí,
apenas 100 metros más arriba se encontraba otro asiento
famoso: el “Asiento de San Pedro” cimentado sobre
una piedra y donde supuestamente se sentó el santo en su
peregrinación hacia Toja, donde se venera.
Y para que no quede
aquí la cosa, unos 200 metros más arriba se encontraba
otro asiento que no pertenecía a ningún Santo, sino
a un animal: La “Cula del Osu” que se asentaba en
mitad del camino sobre una gran piedra; cuentan que en cierta
ocasión bajaba el oso tan apresurado por el citado lugar,
que tuvo la mala fortuna de caer dejando acuñadas en la
citada piedra sus posaderas. El hombre y el hormigón taparon
dichas huellas.
CAZADORES
DE OSOS
- El 31 de agosto
de 1.905 vino por primera vez el rey Alfonso XIII a la comarca
lebaniega; tenía entonces 19 años. Fue invitado
a participar en una cacería de osos en los montes de Bedoya.
Cuando llegó por la mañana a Salarzón, las
jóvenes de Bedoya tenían preparadas varias coplas
y una de ellas era la siguiente:
Pedimos al Dios del Cielo
para matar muchos osos
que en los montes de Bedoya
se críen gordos y hermosos
A la despedida
también le cantaban:
Las esquinas
de Palacio
se quedan tristes llorando
porque su Real majestad
ya se marcha de a caballo.
- En cierta ocasión
el tíu Pólito, vecino de Esanos, se encontró
en la “Calleja de Saria” con un oso; los dos se pararon,
se miraron, midieron las distancias y el tíu Pólito
le dijo: “O te apartas tu, o te aparto yo”.
Y el oso ante tales palabras no tuvo más remedio que emprender
rumbo monte arriba. Así terminó aquel sugestivo
y a la vez peliagudo encuentro.
MOJON
DEL ESCONTRIN
El citado mojón
delimita el terreno con el pueblo de Cahecho; hasta allí
pueden llegar llegar sus ganados, lo mismo que pueden hacer los
de Bedoya en la otra vertiente, ya que son terrenos mancomunados.
Era costumbre
el ir andando el día 8 de Septiembre a venerar a la Virgen
de la Luz, patrona de Liébana en las montañas de
Peñasagra; en la actualidad ya se utilizan otros medios
más cómodos para acercarse a dicho lugar; normalmente
se iba en grupos y en muchas ocasiones escoltados por caballos
o burros para portear las meriendas; la marcha duraba unas tres
horas y había tiempo para todo; algunos peregrinos cumplían
promesas hechas a la Virgen: unos iban descalzos, otros en silencio,
pero para todos era un día de fiesta y como tal se celebraba.
Cuando se ascendía
por el empinado sendero desde Jayumenudu hacia el Collau de Orticeu,
los mayores llamaban a los muchachos más jóvenes,
normalmente primerizos en efectuar la referida marcha; los apartaban
del sendero y los llevaban hasta una piedra allí incrustada
en el monte. “Mira muchacho, decían,
¿sabes qué significa ésta piedra?, pues para
que no se te olvide, te diré que esto es el mojón
del Escontrín”. Y en el mismo momento de pronunciar
tan solemnes y fastuosas palabras y sin tiempo para una posible
respuesta, sus enormes manos descendían como un pisón
y con el nudillo de los dedos impactaban sobre las frágiles
cabezas de los incrédulos muchachos. El cotorrón
suponía que al año siguiente antes de llegar al
citado lugar los ya experimentados procuraban poner pies por medio
ante la invitación de los mayores.
NAREZO
En todos los pueblos
siempre hubo unas personas más relevantes que otras en
cualquier ámbito de la vida. Aquí nos vamos a referir
a un hombre de San Pedro; no llamaba la atención por su
corpulencia, era más bien de baja estatura, pero mostraba
unas macizas y anchas espaldas lo que le hacía ser un hombre
muy fornido; era tal su fortaleza que tenía como apodo
“El Osu”. Su nombre de pila era Juan Gómez
Narezo, nacido en el año de 1.851 siendo hijo de Matías
y Josefa, y aparte de labrador y ganadero tenía también
como oficio el de carretero; juntamente con otros vecinos del
valle transportó con sus bueyes el mineral de la mina denominada
“Paz y Concordia” desde Cordancas hasta la ría
de Tinamayor en Unquera. Acarreó también con su
pareja de bueyes grandes y cuadriculadas losas desde la “Lanchera”,
en el citado Cordancas, hasta Luriezo a fin de edificar la Iglesia
de dicho pueblo; para dicha tarea hubo que abrir un camino y cualquiera
que conozca el terreno sabe de las dificultades que ello entrañaba;
más o menos cruzaba por Pasaneu, Collau de Taruey, Llandelestal,
Acebal, Canal Mayor, Jayumenudu, Collau de Orticeu para descender
hasta dicho pueblo de Luriezo.
En cierta ocasión,
nada más iniciar la ascensión desde Jayumenudu hacia
el Collau de Orticeu, tuvo la desgracia de que uno de los bueyes,
extenuado por el esfuerzo, cayera fulminado; ante tal evento,
el carretero desunció el buey muerto y lo reemplazó
no por otro buey, que no lo había, sino por él mismo.
Se aferró fuertemente al yugo, se ciñó las
sogas alrededor de su cuerpo y dirigiéndose al ayudante
que llevaba le dijo: “Tu pincha al buey, que a mi no
hace falta que me arrimes el aguijón”. Así
emprendieron el sinuoso y empinado camino hasta encumbrar Orticeu;
allí no había engaños ni secretos para nadie:
el buey tuvo que apechugar con su parte, su compañero de
fatigas, que era a la vez su amo, con la suya y el aturdido ayudante
dándoles voces de ánimo y espoleándoles con
su ijada.
EL
REPELON
Se ubica en la
pradería de Poda. Allí existían y existen
propiedades particulares, pero la mayor extensión de la
dicha pradería se reparte entre los seis pueblos del valle
y otro trozo importante es del Concejo de San Sebastián,
existiendo otro terreno que no era de nadie y a la vez era de
todos; se llama el Repelón.
Cada pueblo, como
queda dicho, tiene unos límites establecidos, llamados
adras o agras, y allá en el mes de Agosto por medio de
un acuerdo concejil se señalaban los días en que
se iba a segar a la citada pradería. Había que estar
allí a primeras horas de la mañana y para ello muchos
ya se presentaban la víspera para estar descansados y tener
bien picadas las guadañas porque a otro día había
que pegarle duro.
Apenas había
amanecido se reunían los vecinos de cada pueblo por separado
y según los que se presentaran se repartían el terreno
a segar; en cada pueblo siempre había un cabecilla o un
regidor que se encargaba de inspeccionar el terreno, comprobando
por dónde había más hierba y con unas ramas,
habitualmente de haya y a modo de mojones, si iba marcando los
lotes que deberían de ser lo más parejos posibles
para a continuación proceder al sorteo de los mismos; casi
siempre había alguna queja por los lotes, unas veces porque
la parcela tenía menos hierba que las restantes, otras
porque tenía muchas piedras, en fin siempre había
algún pero que poner.
Una vez distribuidos
se empezaba la siega y allí había algo de exhibición
ya que, cuanto antes terminara de segar cada uno su lote, posteriormente
tenía opción a hacerlo en el terreno que era comunal,
o sea el Repelón, para poder completar un carro o quizás
dos, según la cosecha de hierba; el presentarse allí
primero suponía el poder colocarte a segar en el mejor
terreno y en donde la hierba era más abundante, había
que demostrar que uno era más segador que el vecino y por
eso las guadañas ese día relucían más
que nunca; entre tanto la gente más menuda se dedicaba
a tareas más asequibles, como ir a por agua al Collau o
a retirar de la hierba ya segada los helechos y los gamones que
en la zona abundaban; de todos modos la camaradería era
común y el ir a Poda era casi como una fiesta; allí
se pasaban a veces hasta una semana para bajar un carro de hierba,
pues si el tiempo no acompañaba, no había manera
de poder secarlo; al son de algún cántico se hacía
grandes hogueras y bien debajo del carro, bien debajo de algún
haya, se dormía o se intentaba dormir después de
cenar unas patatas cocidas y poco mas.
LOCUTORIO
TELEFONICO
Salarzón
aparte de ser el pueblo más alto del valle, habría
que decir también que es, o fue, el pueblo más aventajado;
presumen de tener tres ríos, alardean de su Iglesia, del
Palacio y de otras muchas cosas, y además tienen toda la
razón para poder jactarse de ello. Pero, aparte de esto,
también pueden fanfarronear de ser el primer pueblo del
valle y unos de los primeros de Liébana, quizá le
supere únicamente la villa de Potes, en disponer del increíble
y prodigioso teléfono para en aquellos tiempos.
A cualquiera que
se le diga que apenas terminada la guerra civil, en el año
1.940, desde una casa de Salarzón donde vivían los
hermanos Soberón, Cipriano y Eusebio, se podía hablar
y escuchar a otra persona tan distante como en Reinosa, Santander,
Madrid… seguro que no se lo cree. En aquella época
a más de uno se le cayeron las lágrimas al poder
oír la voz de algún ser querido a través
de aquellos hilos. Gram Bell inventó el teléfono
en el año de 1.876, pero lo que no viene en los libros
es que en 1.940 estoy seguro que las cabinas telefónicas
las ingenió José Cuevas Movellán, más
conocido como “Pepe el de la línea”; éste
era, como los anteriormente citados hermanos Soberón, empleado
de Electra de Viesgo, que en aquella citada época cruzaba
el tendido eléctrico a través del valle de Bedoya
hacia la vecina zona de Polaciones; vivía en Esanos y para
no subir a Salarzón todos los días a dar las novedades
a sus jefes por medio del citado teléfono y para prevenirse
de la nieve en la época invernal, en el lugar de Tarrió,
a medio camino entre los dos pueblos, en un descampado, ingenió
el instalar una cabina telefónica. Todavía, en el
día de hoy, se conservan restos del innovador y rústico
locutorio.
LUIS
DE LAS CUEVAS Y DE LAS CUEVAS
Nacido en Esanos,
y que hizo en Tama una gran plantación de viñedos
y frutales, siendo también que el que edificó la
casa donde en la actualidad se ubica el Ayuntamiento de Cillorigo
de Liébana.
En la década
de 1.920 ocurrió un hecho insólito en Bedoya, que
luego las gentes llamaron la “corta del ratón”;
fue una plaga de ratones que se adentró en Bedoya, desconozco
si ocurrió lo mismo en el resto de Liébana; no eran
ratones comunes, se caracterizaban por ser más pequeños
y el hocico y la cola más largos. Pues bien, era ya avanzada
la primavera y el trigo, aunque verde, ya levantaba medio metro;
faltaban un par de meses para su recolección cuando los
sorprendidos labradores se dan cuenta de que ese año no
les hacía falta afilar las hoces ni preparar los majones:
alguien se había encargado de quitarles esa tarea, por
otra parte bastante dura.
Y ese alguien no
eran otros que la plaga de ratones que se encargaron de cortar
todas las plantas, dejando los sembrados de trigo tan arrasados
como años mas tarde lo harían las máquinas
segadoras y cosechadoras. Ese año ya no haría falta
ir al molino. Pero entonces surgió la figura de D. Luis
que donó un saco de harina a cada vecino del valle. La
harina vino de la fábrica que por entonces existía
en Arenas de Iguña.
EL
OSU GOLOSU
Para hacerse una
idea de hasta dónde bajaban los osos, contaré una
anécdota que le ocurrió a un vecino de este valle:
Corría el año de 1.919, era primavera y un muchacho
de unos 14 años llamado Martín Pérez Lamadrid,
de Pumareña, se encontraba con las vacas en la “Fuente
Taruey” guardándolas para evitar que entrasen en
las praderías que por allí se extienden.
El muchacho se
quedó dormido y cual no sería su sorpresa cuando
un trueno le despertó; ya era de noche; de las vacas ni
rastro de ellas; los campanos no se oían por ninguna parte,
sólo los truenos retumbaban contra los castros de “Cuetu
Pertegueru”; el miedo se apodera de él y la lluvia
hace su aparición. Decide cobijarse en un invernal que
hay 200 metros más abajo en el “Cercado”; iba
a entrar cuando un relámpago ilumina todo el contorno y
a 10 metros de él aparece la figura de un oso dando buena
cuenta de un colmenar que allí existía. Pies para
qué os quiero..., creo, y no es mucho creer, que nunca
una persona tardó menos tiempo en llegar desde el “Cercado”
hasta el pueblo de San Pedro.
Comentaba luego
él: “Tropezar... muchas veces tropecé,
pero caer... no caí ninguna y hasta que no llegué
a San Pedro no volví la cabeza, por si las moscas....”.
Bueno, mejor sería decir por si el oso...
LOS
TOROS TUDANCOS
En
el Concejo de Bedoya existe una Asociación Ganadera, actualmente
en vías de disolución, que a mitad del siglo pasado
estaba en pleno apogeo. En sus reglamentos se plasmaba la necesidad
de tener dos toros sementales para la reproducción de la
cabaña ganadera. Dichos toros, para más señas
tudancos, estaban estabulados durante el invierno en una cuadra
de Pumareña que a principios del siglo había donado
a dicha Asociación D. Gervasio de las Cuevas, oriundo de
Pumareña.
Como
al verano tenían que subir con la cabaña de vacas
al puerto, convenía que antes se vieran las caras para
marcar la supremacía del uno sobre el otro. Así,
el día de Pascua todos los años se soltaban los
dos toros y se juntaban para ver quien de los dos ejercería
de macho dominante. El lugar elegido era en La Llosa de San Miguel
por ser uno de los pocos lugares llanos y suficientemente amplios
para la pelea.
Allí,
entre la expectación general, se juntaban los dos animales;
frente a frente, con la cabeza gacha, escarbando la tierra y haciendo
la berrona, se miraban de reojo hasta que llegaba el contacto
físico. Las fuerzas y la pericia de cada uno hacía
que uno de los dos se erigiera como macho dominante y el perdedor
saliera huyendo en alguna ocasión con serias lesiones,
aunque por lo general no era así; en todo el resto del
año ya no se volvería a acercar al toro triunfador.