El
orujo lebaniego, de fama mundial, se distingue de los demás
aguardientes por su esmerada y cuidada elaboración y por
su suave paladar. Debido a las leyes administrativas, o aduaneras,
ya perdió su tipismo, cuando se elaboraba en alquitaras
de cobre portátiles en cualquier rincón de los pueblos.
Allí se juntaban los vecinos alrededor de las brasas, durante
las largas horas que dura una destilación, para contarse
sus penas y alegrías, probar el orujo de la nueva cosecha
y a la vez quitar el frío, por dentro y por fuera, en las
largas y húmedas noches otoñales.
El aguardiente
reúne unas propiedades muy singulares, ya que es reconstituyente,
confortante, inmunizante, calmante y aconsejable, siempre dentro
de una moderación, para paliar muchos malestares. Así
lo describió el popular periodista D. Luis del Olmo, refiriéndose
al orujo de Liébana: "el orujo es una bebida que
cura el corazón, enamora a las gentes, y a aquellas personas
que son malas, las convierte en buenas. El orujo es el medicamento
que está necesitando el mundo".
Hay un detalle
que siempre me llamó la atención: la graduación
de este preciado licor. En Liébana, a los lugareños
si les preguntas cuántos grados tiene el orujo, siempre
te contestan: “lo míu tiene 22 grados”,
“pues lo míu tiene 21 y mediu”, “oye,
te voy a decir una cosa, que con 20 grados el oruju ya vale”,
en fin, para un neófito el probar el orujo debe de ser
poco más que una copa de un buen vino; y esto no es así.
Esos 21 ó 22 grados tienen la equivalencia de unos 55º
en la escala centesimal. Para buscar una razón a todo esto,
hay que remontarse al siglo XVIII y anteriores cuando, para la
medición del alcohol, se usaba generalmente la escala de
Cartier, que en vez de ser centesimal (escala de Gay-Lussac),
partía de 10 y terminaba en 44. Al comparar las equivalencias
vemos que el 10 de Cartier equivale al 0 de la escala centesimal
y el 44 se ajusta al 100.
A un lebaniego de pura cepa - qué bien suena esto aquí
– si le comentas que tienes un orujo de 55º, seguro
que se echa a reír creyendo que le estás gastando
una broma. En el año 1.824 Napoleón II (Francia,
en esa época, era la pionera en cuanto a los alcoholes),
dispuso que en lo sucesivo todos los licores se rigieran por el
método centesimal, pero aquí en Liébana,
ni Napoleón, ni nadie pudo aún desarraigar el hábito
de nominar la graduación del orujo dentro de la escala
de Cartier. Desconozco si en algún otro lugar ocurre lo
mismo, pero no deja de ser curiosa y merecedora de un estudio
esta extraña incidencia.