Nueva cacería de la cuadrilla 103. Esta vez tocaba cazar en “casa”, aquí en Bedoya y por todos es sabido que cuando así sucede, los ánimos y la tensión se aceleran. En ésta ocasión escogieron el punto de reunión en San Pedro. No hacía frío en demasía, aunque soplaba el viento sur con fuerza, circunstancia que no suele ser muy atractiva para los cazadores. Dicen que los jabalís con viento sur adquieren aptitudes raras.
“Estuvimos mirando el monte y vamos a echar la zona de la Molinera y el Carrascal de Llayo, por Valcaliente. Vamos a cubrir desde la Molinera por Lusía, riega de Llayo, Collay de Taba, Peñalaju hasta bajar a Carondinu. Creo que es donde hay más jabalís. Por la tarde, si nos da tiempo, iremos a la parte de Sarrullá”, les comentaba Chanchel el jefe de la cuadrilla.
Una vez que se colocaron los puestos entraron los monteros en acción, unos por Los Barriales y Carondinu y otros por Lusía y Llayo. Pronto empezaron a cantar los sabuesos. En Fuente Grillosa, por encima de la nave de Mari, los perros de David levantaron a cuatro jabalís que cruzaron por encima del Casar en dirección a Frontera. Allí estaba Emilio Gómez, también montero, que ante su asombro veía cómo los jabalís iban desfilando delante suyo. El primero que llegó se tuvo que parar rápidamente pues la bala le había destrozado el pecho. El segundo también se llevó un trozo de pólvora, pero a trancas y barrancas pudo seguir su marcha rumbo al Pañeu. Quedaban por llegar un par de ellos, pero solamente lo hizo uno, que recibió la misma receta que había recibido el primero de ellos. Allí quedaron los dos a pocos metros uno de otro. “Maté dos y se me escapó otro que va herido, va dejando sangre. Voy a meterle los perros porque no puede ir muy lejos….”, avisaba Emilio.
En la Molinera levantaron los perros otro jabalí que cogió ruta hacia la Degollá. Allí estaban de puesto Angel Cuevas y un trozo más abajo Abelín. Ambos se pusieron en guardia, sujetaron el rifle con fuerza, quitaron el seguro y pusieron todos los sentidos en alerta. El jabalí tenía que pasar por allí y así aconteció. Le salió a Abelín que no dudó en disparar y ver al marrano cómo daba sus últimos pasos antes de quedar inmóvil.
Cerca del Collau Taba estaba de puesto Manuel Relea. Llevaba un buen rato tranquilo, los perros sonaban lejos y nada hacía presagiar otra cosa, incluso se permitía el lujo de echar un vistazo al móvil. Pero de repente, un ruido extraño, no muy lejano, llegó a sus oídos. Se puso derecho y esperó unos instantes hasta que vio aparecer un hermoso jabalí. Manuel no se lo pensó mucho, le metió en la mira del arma y le soltó un único disparo que le dejó seco. “Ni se movió, no dio ni cuatro pasos. Tiene una boca impresionante”, comentaba el cazador.
En Peñalaju estaba Darío, un invitado de Potes, que quiso quedar bien ante sus hoy compañeros. Escuchaba a los perros que subían cantando por el hayedo de Lobá. Se oyeron unos disparos, pero…. “se me escapó, atentos arriba que para allá va….”, avisaba Mena desde Llandelpozu. No tardó en llegar el jabalí donde Darío que no le permitió cruzar el cortafuegos.
Habíamos dicho más arriba que Emilio Gómez había dejado herido un jabalí, al que metieron los perros por si estaba en dificultad. El marrano subió desde el Pañeu hasta el Cajigu de las Cruces, cruzó el cortafuegos y se metió en el Carrascal. No corría mucho, la pólvora que llevaba le iba debilitando y perdía bastante sangre, pero aún le quedaban fuerzas para seguir intentando librarse de la jauría de perros que le iban acosando. Monte abajo llegó hasta la Riega de Llayo, donde se pudo dar un baño, pero sería su último chapuzón, ya que sin fuerzas los perros le fueron apagando la vida. Cuando llegaron los monteros, ya no hizo falta usar más metralla, estaba muerto. Emilio Gómez había sido el culpable.
Era mediodía y los nubarrones empezaron a soltar agua, pero los cazadores decidieron echar la zona de Sarrullá hasta la Burdia. Los monteros recorrieron el terreno y no encontraron nada, ni un solo ladrido. “Aquí no hay na; nos falta más de una hora para acabar y vamos a echar la zona de Cobeña”, avisaba el jefe de la cuadrilla. Más de lo mismo, ni un rastro de jabalís. No dejaba de llover y “con el agua se caza mal, el agua borra los rastros”, decían los cazadores.
Y así se dio por finalizada la cacería, que resultó bastante entretenida por la mañana, otra cosa bien distinta sucedió por la tarde. De todos modos, los cazadores bajaron del monte contentos. No todos los días se mata media docena de jabalís.
Informó: Abelín |