Era la tercera ocasión que la cuadrilla 31 le tocaba cazar en el lote de Barcenilla-Carrascal, que está situado por la zona de Piasca y los Cos y como en las anteriores ocasiones se disfrutó de una buena jornada con muchos jabalís en el monte, lo que supuso un buen trabajo para los perros y monteros, y algo menor para los tiradores porque la puntería no anduvo fina, pero por lo menos dispararon.
Para una gran mayoría de los tiradores el fallar en el disparo, acarrea situaciones poco agradables, incluso se llevan un disgusto más que nada por las mofas y guasas de los compañeros. Por eso no gusta fallar a nadie. Pero las estadísticas dicen que de cada diez disparos se mata un jabalí y esa medida es bastante acertada.
Una vez repartidos los puestos por Tasín, pronto empezaron los perros a coger demanda y no eran las 10 de la mañana cuando ya sonaron los primeros disparos, pero nadie se atrevía a decir nada del resultado por la emisora y cuando esto sucede, suele ocurrir que los jabalís se escaparon, como así fue.
Tuvo que ser uno de los Cos, Roberto, que como conocedor del terreno, fuese también el primero en avisar de la muerte de un jabalí bastante grande. No lo tuvo fácil el cazador, pero valiéndose de su pericia y de su puntería pudo cortar la marcha del marrano después de tirarle tres disparos y tener que correr más de cincuenta metros antes que desapareciera por la espesura del monte.
Y pocos minutos después otro cazador también de Los Cos, Rubén, que estaba de invitado, tuvo que hacer dos disparos para que otro jabalí hincara las rodillas. Con el primer disparo el marrano dio un bote y se metió monte abajo hacia una riega donde Rubén le pudo rematar.
Pero lo mejor estaba por venir, y digo por venir porque al joven Héctor, nieto de Ceto y que hoy estaba de invitado, le llegaron los Reyes con dos días de antelación. El muchacho estaba apostado detrás de un árbol cuando oye por la emisora que los perros habían levantado de su encame a un jabalí. No le dio demasiada importancia. "Seguro que por aquí no pasa" pensó para sí. Pero el sonido cada vez más cercano de los ladridos de los perros, le hizo cambiar de opinión. Efectivamente, al otro lado de la vaguada aparece un enorme bicho con los perros a muy poca distancia. El corazón de Héctor empezó a latir a un ritmo inusual en él, pero se acordó de un consejo que recibió de su abuelo: "Hay que esperar a que la pieza esté lo más cerca posible". Se arriesgó a que el jabalí cambiase de rumbo y se le escapase la ocasión de su vida. Se echó el rifle al hombro y esperó. En pleno silencio por su parte, casi sin respirar, esperó tanto que cuando se dio cuenta le tenía a menos de veinte metros y entonces le soltó un solo disparo en el costillar delantero que fue suficiente para que el marrano rodase por los suelos para el regocijo tanto del muchacho como de los perros que pudieron morder lo que les vino en gana. Seguro que su abuelo se alegró aún más.
Era ya mediodía cuando Arturo quiso hacer gala de nuevo de su puntería. Dos jabalís intentaban urdir las escopetas y subían por una ladera. Estaban bastante lejos, y al contrario de lo que hizo el joven Héctor, Arturo les soltó tres disparos que cortaron el camino de uno de ellos, pudiendo seguir el otro su marcha.
Y para rematar la jornada, tuvo que ser de nuevo Rubén el que hiciera valer su conocimiento del terreno. Los perros levantaron a un "rebaño", algunos dicen que eran más de media docena. A Rubén no le dio tiempo a contarles, pero sí a echarse su rifle al hombro y soltarles toda su artillería con el resultado de un marrano que no quiso andar más y que fue presa de los perros. Era su segundo jabalí de la jornada.
Así terminó la cacería, con cinco jabalís en el remolque (todos con un buen peso) y con la satisfacción de haber pasado una bella jornada donde todos se pudieron divertir y con la satisfacción de haber empezado el año de buena y jabalinera manera. ¡Buen regalo de Reyes!!!!. Datos aportados por Ana Gutiérrez |