Empieza un nuevo año y a la vez se celebra la novena y última cacería de la cuadrilla 103 de ésta temporada. Hoy toca batir el lote de Pámanes que está por la zona de Valdeprado, Venta Pepín y Cueva.
Bien temprano fueron llegando los componentes de la cuadrilla a la Viñona, donde Jorge, como jefe de ella se encargó de darles los últimos avisos a la vez que sorteaban los puestos. Algunas caras con los ojos entreabiertos delataban aún la celebración de las fiestas pasadas y es que no hay romería que no pese a otro día.
A esas horas de la mañana hacía bastante frío pero se podía soportar; luego, durante el día, debido a la altura que se encuentra el lote de Pámanes, siguió la misma tónica. Una vez colocados los puestos, empieza la cacería con la entrada en escena de monteros y perros.
Y no tardaron los perros en dar señales de que el día iba a ser movido ya que encontraron un encame ocupado por un jabalí, pero el marrano se negaba a abandonar tan apacible dormidero. Ladridos y más ladridos y el jabalí ni se inmutaba. Las distancias entre las partes eran cortas, hasta que por fin el jabalí decidió arrancar. Los ladridos de los perros ya habían alertado tanto a los cazadores como a los monteros, quienes pronto pudieron detectar al enorme marrano que se desplazaba a velocidad de crucero por entre las empinadas laderas pobladas de robles y hayas. El jabalí era muy grande y la velocidad fue disminuyendo. Los perros le seguían a poca distancia, pero siempre dentro de un margen de seguridad para ambas partes. Esa seguridad se vio truncada cuando Ceci se percató de la presencia del marrano cerca de sus dominios. Cuando le pudo ver, se dio cuenta que no podía fallar, tenía que tener buenos colmillos y ese trofeo no se le podía escapar. Un disparo sirvió para alertar al jabalí que por allí había peligro, pero un segundo tiro valió para hacerle rodar hasta un pequeño sendero que cruzaba el monte y ser pasto de unos ansiosos perros que mordieron a rabiar.
Minutos después los perros de David levantaron de su encame a una manada de jabalís. Eran por lo menos cuatro y todos emprendieron una veloz carrera hacia terrenos libres de todo peligro, pero no se dieron cuenta que por allí estaba Manuel atento para pararles los pies. Un primer disparo valió para tumbar al primero de ellos y a continuación tuvo que disparar otras dos veces para detener a un segundo que pretendía huir de la quema. "¿Mataste alguno?", le preguntaban por la emisora. "Sí, creo que a dos", les respondió un eufórico Manuel: "Menos mal que hoy no te acompañó la novia, porque cuando viene ella ni estás atento a los jabalís ni apuntas donde tienes que apuntar", le comentan jocosamente. Pero bromas aparte, hoy Manuel demostró que lo sabe hacer bien, me refiero a disparar; los dos jabalís matados lo certificaron.
Otro de los cuatro jabalís le salió a José Centeno, el Gordo, que tuvo que tirar precipitadamente el cigarrillo para echarse la escopeta al hombro cuando vio que se le acercaban los perros persiguiendo al jabalí. Tres disparos tuvo que hacer para que el jabalí exhalara el último aliento. "Creo que le di con los tres, pero tuve miedo a que se me escapara", comentaba minutos después por la emisora. "Gordo.., se nota que hoy abres el ojo mejor que anoche..", le dicen. Por lo que se ve, el año empezaba con bromas para todos.
Era ya mediodía y el día se estaba dando bastante bien, pero no terminaría aquí la cosa. Benjamín escuchó un ruido de hojarasca que le hizo sospechar que algún jabalí merodeaba por el lugar. No le podía ver porque se lo impedía un pequeño montículo, pero se puso en guardia y cuando le vio asomar, le soltó un disparo seco que le impactó en toda la cabeza, dejándole sin ninguna opción de escapatoria.
Era el quinto de la jornada, aunque no el último, porque los perros de rastro son muy constantes. Tienen el olfato muy desarrollado para localizar los rastros y aunque hayan transcurrido varias horas desde la estancia del jabalí, los perros aún pueden percibir su olor. Así lo demostraron cuando levantaron a un marrano al que siguieron ladera arriba en una espectacular persecución. Entre perseguidores y perseguido, la distancia era muy corta, apenas unos 20 metros. Ante los aullidos de la jauría, los tiradores se ponen en guardia y le llegó el turno a Santos que le soltó un pepinazo y el jabalí lo sintió porque dio un bote, pero siguió su camino. No le dio tiempo a mucho, porque un segundo disparo de Santos fue suficiente para que llegaran a continuación los perros a morder.
Minutos más tarde, vuelven a sonar más disparos. El autor de ellos fue Jesus que quizá se precipitó a tirar a un jabalí que estaba aún bastante lejos y pese a hacer varios disparos no logró tocarle y se escabulló entre la maleza quedando para otra ocasión. Siempre tiene y debe de quedar alguno en el monte.
Pero el que no falló fue Francisco, el de Pendes. A éste joven los jabalís no le asustan, ya sabe lo que les tiene que dar. Y Francisco lo puso en práctica cuando vio la maniobra del marrano. Los jabalís son muy precavidos, dejan poco margen de sorpresa, pero dentro de ese margen trabaja Francisco, que siempre está atento y con el rifle preparado. Cuando se percató que se había parado el jabalí para otear el horizonte, le disparó y allí mismo quedó seco.
Y así terminó la cacería y a la vez también la temporada. Una temporada muy buena, con muchas capturas y sin ningún daño reseñable tanto para los propios cazadores como para los perros. Como es lógico, los peor parados fueron los jabalís que se mataron, pero aún quedan muchos para perpetuar la especie en años sucesivos.
Al final de la jornada, la cuadrilla se reunió en Dos Amantes donde Sixto les sirvió una exquisita merienda-cena, donde los boronos, chorizos y huevos suplieron con creces el lógico hambre de los cazadores, a la vez que surgían entre ellos las lógicas anécdotas de la jornada.