Había mucha expectación al amanecer del Domingo en Vieda donde se concentró la cuadrilla 141 para batir el lote de Dobra Regaos, que para los que no lo sepan diré que está ubicado entre Cambarco y le ermita de la Virgen de la Luz.

Tino, como jefe de la cuadrilla, fue el encargado de señalizar los puestos, a la vez que les advertía del uso de la emisora por el canal número 8. "Y tener cuidado con la emisora.., que el otro día se nos escapó un jabalí por culpa de ella", les advirtió. Efectivamente, las emisoras merecen un comentario aparte. Pocos instrumentos resultan a la vez tan útiles y tan odiosos. El buen uso de las mismas sólo puede reportar ventajas, pero su uso abusivo, o con el volumen demasiado alto, dará al traste con todo. El jabalí tiene un oído más agudo que los humanos y lo que a nosotros nos parece imperceptible, para ellos puede suponer su salvación, ante el desconsuelo en la mayoría de los casos del cazador.

Una vez colocados los tiradores en sus puestos Tino dio la orden a los monteros de empezar, soltando éstos a sus perros ya bastante impacientes. Cuando llegaron encima de Cahecho, los sabuesos cogieron demanda y sacaron de su encame a un sorprendido jabalí que tardó en salir, pero ante el acoso tanto de perros como de monteros puso tierra por medio en dirección al collado de Orticeo, para darse después la vuelta y bajar de nuevo al carrascal por el collau "Taba", eludiendo a los tiradores que ni siquiera le pudieron ver. Se tuvieron que conformar con parar a los perros para que no se salieran del lote.

Cerca de Aniezo los perros también encontraron un encame con cerdos, pero era tal la espesura que no podían entrar allá. "Hay un hormazu muy grande y no salen; debe de ser una lechugá de varios marranucos, porque salió uno y era muy pequeño", se oía por la emisora. "Dejarlos y seguir más arriba que vais a echar ahí la mañana y no haceis nada", les replicó Chanchel.

Efectivamente, era ya mediodía y apenas se habían oído tres disparos con un resultado negativo, ya que los jabalís lograron huir sin rasguño alguno. El calor del día iba minando a los perros y alguno, ya cansado, desistió de seguir corriendo.

"Acaban de levantar uno muy grande que sube por el robleu arriba, atentos los que estais arriba en la pista..." sonaba la emisora. En la pista que va desde Orticeu hasta la ermita, cerca del Dornacu, estaba, entre otros, Enrique Cueto (Quique) que acababa de comer el bocadillo. Estaba sentado, pero cuando empezó a oir cada más cerca el ladrido de los perros, se puso en pie y un hormigueo le entró por su cuerpo. Apagó la emisora y se colocó detrás de una enorme piedra para no ser visto por el jabalí, cuando ve asomar por una canal a un enorme marrano a quien seguían a unos 50 metros dos perros. "Sube derecho a mi..", pensó Enrique. Así que se recostó con los codos sobre la piedra y fue siguiendo al jabalí dentro de su mira. Cuando vio que era ya el momento ideal para efectuar el disparo, le soltó un pepinazo, pero el jabalí dio un bote y siguió corriendo monte arriba. Le tiró otro y el marrano se retorció pero no acabó de caer, aunque su velocidad disminuyó y se metió de nuevo a la canal hasta tal punto que Quique le perdió de vista. Al momento llegaron los perros junto al jabalí pero no pudieron entrar a morderle. El marrano no podía mover la parte trasera de su cuerpo, pero sí su cabeza y su boca que desafiaba a unos asustados perros. Cuando llegó el cazador, no tuvo más que rematarle para que los perros pudieran morder lo que tanto persiguieron. Tenía la columna rota.

Bonitos trofeos los que se llevó Quique a Turieno, porque el marrano pasaba de los 80 kilos y los colmillos estaban intactos y bien afilados. Y gran comienzo de la temporada para Quique, porque en tres cacerías ya echó a rodar, fatídicamente para ellos, a dos jabalís, y eso ni se hace todas las temporadas, ni lo hacen muchos.

No pasaba mucho de las cuatro de la tarde y el calor apretaba fuerte; los perros estaban ya exhaustos y con ganas de descansar, así que Tino avisó que se daba por terminada la cacería.