Frío, frío y más frío. No se oía otra palabra en el aparcamiento de Tama en la mañana del Domingo día 26 de Diciembre, donde se reunió la cuadrilla 31 para presentar las acreditaciones y recibir las instrucciones de Tasín, el jefe de la cuadrilla. "El mi coche marca 5 grados bajo cero", "pues el míu siete..", no se oía otra cosa.
Hoy toca cazar en Arabedes, en principio uno de los mejores lotes lebaniegos para la caza del jabalí, así que la expectación era máxima entre los cazadores. "Vamos entrar con los perros por la depuradora de Castro y por Lebeña, tapando todo lo que es la peña, desde Agero y Pelea hasta el ríu de Colio", les informaba Tasín.
Una vez distribuidos los puestos, se manda entrar a los monteros por los lugares descritos y pronto empieza el baile. Pocos metros más arriba de la depuradora estaba José Antonio, el hijo del siempre añorado Vidal, que estaba viendo cómo habían salido de su encame dos jabalís y pretendían cruzar el río de Colio en dirección a Viñón. José Antonio tuvo tiempo a prepararse, apagó la emisora a la vez que también empezó a acelerarse su corazón. Sabe que al jabalí en muchas ocasiones se le mata con el oído. Si se le oye venir y se tiene un poco de temple, puede decirse que el bicho está muerto en un margen de posibilidades muy grande. Ahora bien, cuando no se le oye venir y nos encontramos con el animal en el puesto sin saber de dónde ha salido, el tema se complica bastante. José Antonio encaró el arma, y cuando vio que les tenía dentro de su mira, les soltó tres disparos. Uno de los marranos apenas que dio cuatro pasos, pero el otro salió tan rápido como la bala en dirección al río hasta que empezó a dar trompicones y disminuir su estampía. Hasta el mismo río tuvo que acercarse José Antonio para acabar de rematarle. Bien empezaba la jornada, eran las 10 de la mañana y ya habían caído dos.
Pero los perros que entraron por Lebeña y la Allende también tuvieron su trabajo, ya que hicieron varios levantes y los jabalís la emprendieron encinal arriba en dirección al Agero y Pelea. Precisamente en la Canal de Agero fue donde se le presentó un jabalí a Elías, el de Lomeña, que siempre que dispara hace diana. Hoy necesitó dos disparos para ver cómo el marrano rodaba unos cuantos metros canal abajo. Y minutos más tarde se le volvió a presentar otra oportunidad cuando otro jabalí pretendía huir por aquella zona. Pero allí estaba Elías, aunque muerto de frío, con el pulso en pleno rendimiento y de otros dos disparos hizo que el jabalí fuera a engrosar la lista de capturas.
Un trozo más arriba, en el Janillu, estaba Basilio que estuvo viendo durante un largo rato la trayectoria de un jabalí, que una vez que salió del arbolado y acosado por los perros, pretendía adentrarse en la Peña y cruzar por el Puerto de Pelea. Basilio esperó hasta que le tuvo relativamente cerca y soltarle primeramente un disparo que no le hizo mella. Un segundo tiro sirvió para que el marrano cambiase su rumbo a la vez que pegó un brinco, señal que el plomo le había tocado. Efectivamente, no anduvo ni veinte metros más hasta que Basilio le remató.
Eran las doce de la mañana, ya iban cinco y las emisoras eran las únicas que estaban calientes: "Por debajo de Pendes pasan dos jabalís en dirección al Habariu..". "Debajo de la carretera que va a Pendes acaban de levantar los perros otru..., acaba de cruzar la carretera en dirección a Colio...". "Por encima de la depuradora acaban de salir tres, van en dirección al encinal de Castro..". "De la riega de Cabañes salieron unos cuantos en dirección a Pelea..". En fin, en pocos minutos aparecían jabalís por todas partes. Fueron tantos que Tasín tuvo que hacer valer su autoridad para anunciar a los cuatro vientos que "a los pequeños no les tireis..., solamente a los grandes".
Y Basilio fue obediente. Pocos minutos después se le presentaron relativamente cerca cinco jabalís. "Eran pequeños y venían solos, por eso no les tiré; no creo que llegaran a los veinte kilos", comentaba luego Basilio.
El que sí disparó fue Marcos, de Brez, pero el hombre hoy no tuvo su día. El intenso frío le jugó una mala pasada, acabó con toda la munición y el jabalí siguió en el monte esperando a comer las uvas el año que viene.
El que no pudo llegar a eso fue otro jabalí que vio truncada su trayectoria ante Angel Gutiérrez Soberón, que como buen alumno de su progenitor Cástor, supo esperar lo suficiente hasta que el marrano se le presentó a poca distancia. Estaba en la "Pica", entre la mata de Cabañes y La Peñuca de Colio. Un único disparo fue suficiente para verle dar unos pasos más y caer en las garras de los perros que le perseguían. Era ya el sexto del día y el tiroteo seguía.
Por debajo del cruce de la carretera que va a Colio y Pendes estaba Adrián, de Ojedo. Adrian estaba metido cerca del río y allí el sol brillaba por su ausencia, por tanto estaba muerto de frío. Oía a los perros cada vez más cerca, así que se puso alerta y a los pocos minutos vio cruzar un jabalí. Pudo disparar por tres veces para ver cómo el jabalí se arrodillaba para nunca más volver a levantarse. Adrián seguía oyendo a los perros muy apurados y no se movió de su sitio. ¿Y si traen algo más?, pensó. Sabía que un buen cazador, una vez abatido un jabalí, tiene que intuir si venía solo o había alguno más, así que Adrián se limitó a recargar rápidamente su arma, mantener un silencio sepulcral y esperar, puesto que son innumerables las ocasiones en que tras el bicho abatido, vienen uno o varios más por el mismo paso que el primero. Efectivamente, minutos más tarde por el mismo trayecto que el anterior se le presentó otro jabalí y Adrián en ésta ocasión con un único disparo le bastó.
Cuando Tasín se enteró de las dos nuevas capturas, no dudó en avisar que la cacería se había terminado. Era la una y media y "...ir cogiendo los perros que ya hicimos el cupu..., vámonos a calentarnos a Ojedo. Teneis que avisarme los que queráis ir a comer donde los Guardo", les informaba.
Así se dio por finalizada la cacería, con el cupo hecho y con "unas piezas bastante curiosas", ya que estaban todos entre los 50 y los 70 kilos. El único pero fue el intenso frío, sobre todo en los lugares donde no daba el sol, pero la gran abundancia de jabalís hizo que muchos aprovecharan para olvidarse del frío. Eso era lo que se escuchaba mientras degustaban una colosal paella junto a la chimenea de los Guardo.
(Datos facilitados por Miguel González)