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Teodoro Gómez Mayo


No es muy normal que en un pequeño pueblo, como era y es Pumareña, confluyeran al mismo tiempo cuatro jóvenes, dos hombres y dos mujeres,  con los hábitos religiosos. Eso sucedió a mediados del siglo XX y lo sorprendente del caso es que de esos cuatro, tres fueran hermanos.

Uno de estos jóvenes fue Teodoro Pedro Gómez Mayo que nació en Pumareña el 15 de Setiembre de 1928 y dos días más tarde recibió de manos de D. José Barrrallo, tío suyo, las aguas bautismales en la Parroquia de San Pedro de Bedoya. Teodoro fue hijo de una familia profundamente religiosa. Su padre, Laureano era natural de Pumareña y su madre, Rosa, (ver biografía) nacida en Santa Marina del Rey (León), que había venido al valle de Bedoya de muy joven, como asistente de su tío el párroco D. José Barrallo. Este matrimonio tuvo once hijos, siete varones y cuatro hembras. De los once hermanos, Teodoro hacía el número nueve y solamente nueve llegaron a la edad adulta.

Como la mayoría de los niños de la época, Teodoro asistía a la escuela de Esanos y ayudaba a sus padres en las labores del campo y cuidado de los ganados. A pocos metros de su casa tenía un gran amigo, su primo José Angel Caviedes, con el que congeniaba muy bien. Con apenas seis años eran ya los dos monaguillos de la parroquia. Aprendió las primeras letras en la escuela de Esanos, teniendo como maestro a D. Ildefonso Pastor y posteriormente a D. Pedro Villar. Pero a punto de cumplir los ocho años, estalló la Guerra Civil en España y la escuela de Esanos se cerró durante una temporada. Para no verse retrasado en sus estudios, sus padres le enviaron, junto a otros niños, a recibir clase particular a Ojedo donde impartía lección una señora que se llamaba Dª Ignacia. Contaba su primo José Angel Caviedes (Pepín) que Teodoro, como niño que era, fue un niño al que le gustaba hacer travesuras, un “trastu”, como solían decir por esa época, pero a la vez se le daban muy bien tanto los estudios como su aprecio por la religión.

¿Tú qué quieres ser?, le preguntaban de pequeño. “Cura, quiero ser cura”, respondía Teodoro. No hizo falta esperar mucho para que sus padres, viendo sus aptitudes intelectuales, hicieran todo lo necesario para que Teodoro, con 12 años, emprendiese viaje hasta el Seminario de Palencia. La parroquia de San Pedro de Bedoya dependía por aquella época del Obispado de Palencia. Allí sintió la llamada de Dios para ser sacerdote. Siempre tuvo un amor apasionado a Jesucristo y a la Verdad. En el Seminario cursó brillantemente los estudios y, como buen cantante que era, participó activamente en la Schola Cantorum del Seminario.

El día 10 de Junio de 1951 recibió en Palencia la Orden del Subdiaconado y un año más tarde finalizó los estudios eclesiásticos con sobresalientes notas.

Fue ordenado sacerdote el 31 de mayo de 1952 en el Estadio de Montjuic, durante el XXXV Congreso Eucarístico Internacional celebrado en Barcelona. Fue la ordenación más multitudinaria de la historia, ya que fueron 820 sacerdotes de diversos países los que recibieron la Orden de manos de Mons. Gregorio Modrego Casaus, Obispo de Barcelona.

En el mes de Junio de ese mismo año celebra su primera Misa en la parroquia de San Pedro de Bedoya. Desde primeras horas de la mañana, el pueblo de Pumareña, engalanado con banderas, era un hervidero de gente. Todos querían acompañar a Teodoro hasta la parroquia de San Pedro de Bedoya, que estaba magníficamente adornada. En medio de la alegría y emoción de todos, la comitiva partió de Pumareña con el misacantano presidiendo la marcha, rodeado de sus padres y hermanos a continuación. El kilómetro largo que hay entre el domicilio y la Iglesia parroquial, Teodoro lo hizo bajo un arco de ramos y flores que llevaban cuatro mozos y las jóvenes iban detrás entonando canciones alusivas a esta gran solemnidad. El estallido de bombas y cohetes aún hacían más vistosa la marcha. Una vez llegados a la Iglesia, con el repique de campanas anunciando la festividad, se procedió a la celebración eucarística. Al finalizar la Misa se procedió a la ceremonia del besamanos que fue de indescriptible emoción para los padres, hermanos y tíos del nuevo sacerdote y para centenares de personas que le conocieron de niño y que le acompañaron en ese día tan importante.

Una vez finalizado el solemne acto y recibido el misacantano toda clase de felicitaciones, la comitiva emprendió de nuevo la marcha hasta Pumareña donde fue servida una suculenta comida a los asistentes. 

El Obispo de Palencia, que por entonces era D. José Souto Vizoso, le destinó como párroco en la localidad palentina de Castrillón de la Peña que está situada en la cuenca minera de la montaña palentina, donde se extraía principalmente hulla y antracita y que por esa época alcanzó su esplendor.

Dos años después le destinaron a San Salvador de Cantamuda, atendiendo simultáneamente las parroquias de Lebanza y Piedrasluengas. En esta localidad Teodoro llevó para atenderle a su hermana María Rosa y posteriormente fueron sus padres los que le acompañaron. Años más tarde fue nombrado Arcipreste de Pernía y acudían a San Salvador todos los meses los sacerdotes del arciprestazgo para mantener reuniones y practicar los retiros espirituales.

Como gran amante de la montaña y de la naturaleza, Teodoro aprendió a esquiar y de esa manera podía desplazarse hasta Piedrasluenas en épocas de nieve. Le gustaba mucho respirar aires de montaña. Cuando venía a Liébana solía salir con Don Benito, el cura de Cambarco, y con su primo Pedro Antonio Gómez Haza, también sacerdote, a recorrer las montañas lebaniegas.

El siguiente destino de Teodoro fue Vallejo de Orbó, otro pueblo minero situado cerca de Barruelo (Palencia). Aquí también llevó con él a sus padres, pero tuvo la desgracia que el 17 de Marzo de 1964 falleció en ésta localidad su ya anciano padre.

Es posible que el Sr. Obispo de Palencia, al fallecer el padre de Teodoro, le presentase la posibilidad de ir a Roma a doctorarse en “Pastoral Litúrgica”, a lo que éste no opuso ninguna objeción. En ese mismo año de 1964, en el mes de Setiembre, inicia el curso en la ciudad eterna, donde también pudo asistir de oyente a algunas de las sesiones del Concilio Vaticano II.

En Roma, a la vez de sus estudios, se incorpora en la Sociedad de la Santa Cruz (Opus Dei), donde procuró santificarse amando su trabajo pastoral.

Una vez logrado el doctorado, regresa de nuevo a España ocupándose como capellán y profesor de Religión en la Universidad Laboral de Tarragona hasta su jubilación. La Laboral de Tarragona llegó a ser la mayor de España, con capacidad para 4.000 alumnos e impartía ochenta especialidades.

Durante su estancia en Tarragona, Teodoro residió primeramente en la misma Universidad que disponía viviendas para el profesorado. Posteriormente Teodoro compra un piso en la ciudad de Tarragona. En el mismo edificio tenía su Oratorio el Opus Dei, donde Teodoro asistía a las reuniones en dicho Oratorio para rezar, asistir a una meditación, o simplemente para hacer un rato de oración personal, o reuniones pastorales con eclesiásticos y seglares.

Se hizo amigo del párroco de la localidad costera de Altafulla a unos 12 kilómetros de la capital y puntualmente iba a ayudarle en sus menesteres. Aparte de impartir clases de Religión, Teodoro ejercía como director espiritual del Centro universitario, teniendo una gran y fructifica relación con los alumnos que en su mayoría estaban como internos en el Centro. Ya hemos dicho que era un entusiasta de la naturaleza y aprovechaba para asistir siempre a las excursiones que organizaban sus alumnos a la montaña, o a cualquier otro lugar de Cataluña. Se acordaba cuando de niño iba por el Dobru al rebusque de uvas y en Tarragona, después de la vendimia hacía lo mismo en las grandes extensiones vitivinícolas allí existentes.

Una vez jubilado regresa de nuevo a la tierra que le vio nacer, pero ante la escasez de sacerdotes, el Sr. Obispo de Santander, donde entonces pertenecía ya Liébana, le destina como párroco de San Miguel de Meruelo a la vez que fue nombrado también capellán del Colegio Torreánaz en la localidad de Solares. Los años iban pasando y Teodoro, ya con menos fuerzas, tiene que regresar a Santander alojándose en la Residencia sacerdotal que el Obispado tiene en la calle Menéndez Pelayo, pero su espíritu ministerial aún estaba fuerte, ejerciendo durante años como confesor en la iglesia del Cristo y con 92 años aún iba a decir misa a la Residencia de ancianos Stella Maris.

Cuando la edad le iba mermando fuerzas, Teodoro pasó a la Residencia “Virgen Bien Aparecida” para sacerdotes que el obispado tiene en Corbán, donde le atendieron muy bien. Teodoro llevó los últimos años con suma resignación. “Estamos en buenas manos”, solía decir. Allí acabó su vida acatando con mansedumbre y humildad la enfermedad que le mantuvo postrado los dos últimos años de su vida en la residencia de Corbán, donde falleció el 8 de Febrero de 2023, oficiando el Sr. Obispo de Santander, Mons. Manuel Sánchez Monge, un solemne funeral y donde resaltó la labor de Pastor que había ejercido Teodoro en su vida. “Un pastor siempre va acompañado de un cayado que sirve para atravesar los lugares difíciles y para ayudar a sus fieles a caminar por senderos difíciles y seguir a Cristo”.

En el mismo día se celebró otro funeral en la parroquia de San Pedro de Bedoya para trasladar posteriormente sus restos al cementerio de esta parroquia en el mismo sepulcro donde descansan sus padres.

Teodoro fue un apasionado de la naturaleza exuberante de la tierra lebaniega, su tierra, lo mismo que los frutos que brotan de esta tierra y que tanto trabajo ocasiona a sus pobladores: el vino, el orujo, las hortalizas, las cerezas, el té de puerto, la manzanilla....... Le gustaba la vida activa, siendo un gran amante de las tradiciones cántabras como el juego de los bolos y las canciones montañesas que cantaba con potente y afinada voz. Pero sobre todo siempre hizo alardes del afecto que tenía a su extensa familia. Sobrevivió a todos sus hermanos, recibiendo el recíproco cariño de todos sus sobrinos. Los Domingos, después de la misa y hasta que su salud se lo permitió, iba de invitado con sus sobrinas de Santander a comer una paella, que le gustaba mucho. Todos los veranos acudía a Pumareña y en sus ratos de ocio acudía a echar una partida de bolos en la bolera de San Miguel, donde destacaba con su juego. En Pumareña nunca dejaba de dar unos paseos por los viñedos del Dobru hasta la Sierra de Cobeña; le encantaba ésta ruta, y siempre hacía acopio de unas botellas de orujo que le encargaban sus compañeros. Tampoco faltaba a la fiesta de la Santuca el día 2 de mayo y a la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, en Santo Toribio.

Teodoro fue una persona metódica, discreta, con un alto nivel intelectual y un sacerdote servicial. Era muy rezador y constante en todas sus tradiciones. Iba todos los años a Tordesillas a hacer ejercicios espirituales. Tuvo una vida muy feliz, ayudando a los demás a encontrarse con Jesús y estando muy cerca de él. En su vida cumplió el lema del papa Benedicto XVI: “Cooperador de la verdad, la verdad de Dios”, siendo un experto de todas las ramas de la Teología.

Fuentes:
- Archivos de la familia
- Alfonso Sánchez
- José Angel Cantero
Diciembre 2.023

Teodoro Gómez Mayo de joven
Ordenación sacerdotal en el Estadio de Montyuic. Foto: Jaime Pato

 

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