Felipe Cuevas Salceda
"Mis lazos de Sangre": De San Pedro a San Juan y de San Juan a San Pedro
En el pueblo de San Pedro de Bedoya, a mediados del siglo XIX, se formalizó el matrimonio de Mariano de las Cuevas Gómez con su vecina Raimunda Salceda Gómez. Tuvieron doce hijos, aunque solamente ocho llegaron a adultos. El hijo mayor se llamó Felipe de las Cuevas Salceda, que, como todos los niños de la época, sin descuidar los estudios primarios en la escuela de Esanos, tuvo que ayudar a sus padres en las tareas domésticas, a la vez del cuidado de los ganados que había en casa.
En la zona de Liébana durante varios siglos la vida era muy difícil para todos y para los jóvenes aún peor. Aquí no se creaban, ni siquiera se vislumbraban, muchas expectativas de futuro; únicamente las labores propias del campo, pero tampoco había tanto terreno para tantos brazos, ni para tantas bocas. Era raro que en cada casa no se juntasen más de media docena.
Muchos jóvenes fueron los que vieron su futuro allá de los mares. México, Cuba, Argentina eran los lugares donde muchos lebaniegos fueron en busca de fortuna. Un pasaje al Nuevo Mundo era, para ellos, la llave de la tierra prometida, donde podrían empezar de cero, atraídos por las minas de oro y plata, o por las tierras de cultivo, o abrir un negocio, para tal vez regresar convertidos en el rico y envidiado indiano del pueblo. Se fueron con una maleta y una vida por delante para regresar, los que pudieron, con distinto éxito, en ocasiones con fracaso. Salieron a buscar la gloria y no siempre les fue bien en el intento.
El joven Felipe estaba con esta tesitura, no lo pensó dos veces y determinó que "había una vida mejor que la que llevaba con vacas y ovejas", y decide emprender ruta a Argentina, acción que materializó en el año 1.885 con venticinco años de edad, estableciéndose en la ciudad de San Juan. En ésta ciudad no perdió el tiempo ya que en el año 1.894 se casó con la joven argentina Manuela Aguilera. De este matrimonio nacerían cuatro hijos: Carmen, Inocencia, María y Victoriano.
La ciudad de San Juan es una importante y rica provincia minera, con minas de oro y plata. Felipe no quiere desaprovechar la ocasión y se dedica al rastreo de oro en las montañas cercanas. Sin embargo, un buen día, mejor un mal día, partió a la búsqueda como siempre lo hacía. Corría el mes de Enero de 1.908 y Felipe nunca regresó al hogar, dejando huérfanos a sus cuatro hijos. ¿Motivo? Nunca se supo. Su esposa pasó verdaderos quebrantos económicos ya que tuvo que criar a cuatro bocas que por entonces la mayor contaba con doce años y el más pequeño apenas dos. Esta es la triste historia de la vida de Felipe, un emigrante que salió de San Pedro de Bedoya en busca de fortuna para poder regresar de nuevo a su casa y nunca lo pudo efectuar.
Un buen día, casi 150 años después, una bisnieta de Felipe, Claudia Castro Gómez, nacida en la ciudad de San Juan (Argentina), animada a conocer sus raíces, descubre en esta página web de Bedoya que existía un árbol genealógico del apellido Cuevas y que allí aparecía el nombre de Felipe y de su hermana la monja Clarisa Felipa de las Cuevas. No lo dudó, rápidamente se puso en contacto y pudo saber que el tal Felipe era su bisabuelo. La emoción fue inmensa y el siguiente paso fue intentar conocer si había familiares cercanos.
Después de cerciorarse y darle vueltas a la cabeza, Claudia decide que tiene que venir a San Pedro de Bedoya a conocer el lugar donde nació su bisabuelo, a conocer sus raíces. Así se embarca en un apasionante viaje con doble sentido. Por una parte, tomando el avión desde USA, donde vive en la actualidad, y por la otra hacia el pasado para encontrar sus raíces y descubrir parte de su historia, parte de su vida, localizando las memorias de vida de quienes la antecedieron. Claudia no lo pudo remediar y se plantó en San Pedro de Bedoya. Allí, en la casa donde nació su bisabuelo Felipe, descubrió que aún seguía en pie y mientras se adentraba y recorría todas las dependencias de la vieja casa, unas invisibles lágrimas recorrían sus mejillas. La emoción fue suprema. Su bisabuelo no había podido regresar a la casa paterna, pero allí estaba ella para sustituirle y darle una inmensa alegría que seguro le gustaría allá donde descanse. Felipe partió de San Pedro a San Juan, pero el viaje de San Juan a San Pedro no lo pudo consumar, sin embargo, 150 años después, le pudo reemplazar su bisnieta Claudia Castro Gómez.
Así nos describe la propia Claudia la vida de su bisabuelo y su llegada a San Pedro de Bedoya:
MIS LAZOS DE SANGRE
"Recuerdo las épocas de niña o adolescente, cuando en días fríos del invierno de San Juan en Argentina, visitábamos a mi abuela Checha, y nos sentábamos a tomar mate a la orilla de un brasero con charlas de por medio, o cuando charlábamos mientras jugábamos a las cartas largas horas.
La Abuela Checha, como sus nietos la llamábamos, porque era el sobrenombre por Inocencia, nos contaba que había quedado huérfana siendo muy joven porque su papá, quien se dedicaba a ser prospector minero, desapareció sin dejar rastros. Felipe, el papá de mi abuela, salía en su burrito a internarse en la montaña buscando oro. Volvía a los días o semanas, con algo de oro en las alforjas del burrito, para vender y con esas ganancias vivían y alimentaban a su familia. Pero un buen día, su papá salió como siempre en su burrito y jamás regresó. Nunca más supieron de él, si se perdió en la montaña, si se accidentó sin auxilio de nadie, o si alguien se aprovechó de su “cosecha” de oro, robándole el oro y eliminándolo a él. Un misterio que quizás jamás se resolverá y quedará enterrado por siempre en las entrañas de la tierra, como el oro que él buscaba. Con tristeza que se vislumbraba muy profundo en los ojos de mi abuela, luego nos contaba que su mamá falleció tiempo después “de pena”. Eso es lo que tiene que haber captado la mente de mi abuela niña, ya que cuando su papá desapareció ella tenía solo 10 años y era la segunda de cuatro hijos que nacieron del matrimonio entre Felipe Cuevas, nativo de San Pedro de Bedoya, Cantabria y de Manuela Aguilera, nativa de San Juan, Argentina. Mi bisabuela Manuela falleció cuando mi abuela Checha tenía solo 15 años, dejando a sus cuatro hijos huérfanos.
Siendo adolescente quizás no alcancé a captar el impacto que eso significó en la vida de mi abuela y sus hermanos, pero evidentemente fue una historia que siempre quedó en mi memoria y me intrigó, queriendo saber un poco más de esas raíces, de las lejanas tierras de donde vino mi bisabuelo para instalarse en San Juan, tan lejos de su familia.
Sin imaginarme, con el tiempo, y sin proponérmelo, me doy cuenta que la historia se repitió en parte, en carne propia. Yo decidí estudiar geología y una vez recibida comencé a trabajar en el área de minería en la exploración de minerales, principalmente oro, como lo hizo mi bisabuelo Felipe un siglo antes que yo. También, después de trabajar algunos años en Argentina, decidí emigrar a Estados Unidos, buscando nuevas oportunidades. Otras épocas, otras circunstancias, otras razones, otras vivencias, pero sólo ahora encuentro esa relación que sin querer me hace sentir que hay paralelismo en algunos aspectos con la vida de mi bisabuelo: la pasión por la exploración de oro y el haber emigrado lejos de nuestras familias en búsqueda de mejores horizontes.
Agradecida estoy por no haber tenido el mismo final temprano de mi bisabuelo, muy por el contrario, por haber tenido la dicha de poder investigar y conocer un poco más. Con la poca información que tenía, como algunas cartas de la hermana de Felipe a mi abuela, su sobrina, descubro que esa tía de mi abuela fue una Monjita, y a pedido de mi padre, cuando visité España en Enero del 2004, pude llegar hasta Santillana del Mar, y conocer el convento donde Sor Patrocinio Cuevas se enclaustró para dedicar su vida a Dios.
Aunque fue una fuerte emoción poder llegar hasta ahí, nunca averigüé más porque pensé que al haber pasado tanto tiempo de su fallecimiento no habría a quien preguntar, que al ser ella monja, no había dejado descendencia y por ende no habría manera de averiguar más sobre el origen de la familia. Mi padre y yo quedamos contentos con al menos haber podido ser yo quien pudo visitar ese convento desde donde Sor Patrocinio de San Jose escribió cartas a mi abuela allá por los años de 1920 a 1930.
Pasaron muchos años desde mi visita al convento de las hermanas Clarisas en Santillana del Mar a principios del año 2004, hasta que mucho tiempo después y ya habiendo fallecido mi padre, se me ocurrió que quizás podía llegar a encontrar más información sobre Sor Patrocinio de San José con la ayuda de Internet. Fue así que aproximadamente en Mayo de 2022 coloqué su nombre “Patrocinio de las Cuevas” en el buscador de Internet y mi asombro fue tremendo al ver que aparece información bastante detallada de la vida de Felipa de Las Cuevas, o Sor Patrocinio de San José, que fue el nombre que tomó al consagrarse como monja. Con lágrimas en mis ojos leí la historia de su vida tan bien relatada y escribí un comentario en la página esperando tener respuesta y saber más. Pasaron algunos días hasta que volví a revisar la página y vi que José Angel, el creador de la página me había contestado compartiendo su email. Así comenzamos a intercambiar información. Yo compartiendo cartas que mi abuela había recibido, o más datos de mi familia, fotos de mis abuelos, de mi familia. José Angel enviando transcripciones de cartas escritas por mi abuela o por algunos de los miembros de la familia a mi abuela. Cada email que José Angel me enviaba con un poco de historia, remecía mi corazón de alegría y emoción, ávida por ir conociendo de a retacitos parte de mi historia, armando un rompecabezas. Y desde el día que me puse en contacto con José Angel, sabía que quería llegar a esas tierras para caminar por las mismas calles que caminó mi bisabuelo.
Distintas circunstancias en mi vida me impidieron llegar antes, aunque mi corazón y mi mente volaban por aquéllos aires desde que tuve conocimiento a través de José Angel y con cada foto o carta que él me compartía. Finalmente en Abril de este año, 2024, pude llegar hasta allá. Tuve el placer de conocer a José Angel y Marisol su esposa, antes de llegar a San Pedro de Bedoya. El abrazarnos por primera vez no se sintió extraño, fue como un reencuentro con alguien a quien ya conocía hacía tiempo. Dos años de cartas y de intercambios de información por email no sólo nos informaron, sino que nos acercaron a pesar de la distancia.
La emoción que embargó mi corazón al llegar a San Pedro de Bedoya es indescriptible, por momentos sentía como que el tiempo se había frenado y que quizás podía ver a Felipe y sus hermanos correteando en las callecitas de ese bello lugar, con casitas de piedra y techo rojos, rodeado de verdes praderas y enmarcado por la majestuosidad de los Picos de Europa.
La casa paterna donde nació mi bisabuelo Felipe se conserva intacta, por supuesto mostrando el paso del tiempo, pero aún en pie. Caminar por su interior, sentir el eco de nuestros pasos en los pisos de madera y ver el polvo levantarse detrás de cada paso, ver rayitos de luz filtrándose a través de las pequeñas aberturas de lo que en aquel entonces fueron las ventanas, o por los espacios que fueron abiertos por las inclemencias del tiempo en algunas de las paredes, o en por el techo, daban algo de vida fantasmal a la casa. Pero a la vez era sentir algo mágico, si cerraba mis ojos podía imaginarme la dinámica de la familia allá por los 1800, mucha actividad y correteos de niños, pero también mucho sacrificio y tesón para mantener una familia y vivir en las condiciones que se vivía en aquellos entonces, sin electricidad, agua corriente o calefacción, algo que hoy cuesta imaginarse.
Agradezco mucho a Mariano y su esposa Myriam, quienes viven junto a la antigua casa de la familia, por haberme permitido entrar a la casa de nuestros antepasados, por tomar parte de su tiempo en acompañarme a recorrerla.
Estoy infinitamente agradecida a José Angel, quien con su pasión por investigar la ascendencia y descendencia familiar se tomó el tremendo trabajo de armar todo el rompecabezas familiar haciendo la genealogía de la familia, transcribiendo tantas cartas y documentos, poniéndolo a la disposición del público a través de la página de Internet. Sin eso, yo jamás hubiera descubierto o llegado a San Pedro de Bedoya y saber de mis antepasados.
Lo único que me apena es que las circunstancias se dieron para que yo encontrara la “punta del ovillo” varios años después del fallecimiento de mi amado padre, quien hubiera estado feliz de saber más de sus raíces y hubiera hecho el esfuerzo de llegar hasta allí él mismo. De todas maneras, estoy convencida que tanto mi Papi, como mi Abuela y su papá Felipe desde donde hoy están, fueron artífices y en cierta manera ayudaron a que no sólo encuentre la punta del ovillo, sino que pueda tejer la historia de mis raíces, conocer esos lugares y hacer que los lazos de sangre sigan entretejiendo la historia con el pasar del tiempo”.
Claudia Castro - Julio 2024
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Felipe Cuevas Salceda, que emigró a Argentina y no pudo regresar a San Pedro de Bedoya |
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Pasaporte de Felipe (click en la foto para ampliar) |
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Pedro Castro, hijo de Inocencia Cuevas y Arturo Castro y nieto de Felipe Cuevas |
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Claudia Castro Gómez, bisnieta de Felipe, que volvió a visitar la tierra de su bisabuelo |
- Celestino Cuevas González
- Felipe Cuevas Salceda
- Gerardo Monasterio Soberón
- Teodoro Gómez Mayo
- Pablo Gaipo Albarrán
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- Concepción Arenal
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- Manuel Monasterio Gutiérrez
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- Pedro Gómez de la Cortina
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- Ángel Salceda y Antonia del Corral
- Félix de las Cuevas González
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- Sor Felipa de las Cuevas Salceda
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- Juan Manuel de las Cuevas Movellán
- Lucas de Celis Gómez de Bedoya
- Felipe Cuevas Gómez
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- Pedro Antonio Gómez Haza
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- Pilar Peña Gutiérrez
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- Luis
de las Cuevas y de las Cuevas
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- Condes
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