Felipa de las Cuevas Salceda
Religiosa que tomó el nombre de Sor María Felipa del Patrocinio de San José Últimos coletazos del siglo XIX. En San Pedro de Bedoya vive el matrimonio constituido por don Mariano de las Cuevas Gómez y doña Raimunda Salceda Gómez. Viven en la casa conocida como “la Torre” donde procrearon a ocho hijos. El cuarto de ellos fue una niña, nacida en el año 1.872, a la que pusieron por nombre Felipa.
Felipa de las Cuevas tuvo una niñez acorde a la época en que la tocó vivir. Sin descuidar los estudios primarios en la escuela de Esanos, tuvo que ayudar a sus padres en las tareas domésticas, a la vez de cuidar los ganados que había en la casa. La vida era dura y para todos había quehaceres. Sus padres, como la mayoría de vecinos, carecían de medios económicos y en cuanto los hijos varones iban creciendo, los enviaban como emigrantes a países americanos. La emigración fue la panacea para muchas familias que veían así remediar sus muchas necesidades. Los tres hermanos mayores varones de Felipa emigraron a Argentina, lo que contribuyó a que la joven tuviera que ayudar a sus padres en todo tipo de trabajos. Lo mismo ocurrió con otras dos hermanas, Agueda y Sabina, que se casaron pronto, aunque Sabina se quedó a vivir en la casa paterna.
Así transcurrió la juventud de Felipa, pero a medida que fue adquiriendo conciencia de sí misma, se observó en ella una reacción de rechazo hacia las manifestaciones de afecto. La realidad era que estaba naciendo en su ánimo un instinto superior que la llevaba a evitar todo apego humano, para poder reservar su corazón para Aquel que, ya entonces, atraía su corazón, si bien todavía a escala infantil.
Con la Iglesia muy cerca de su casa, Felipa no pierde ocasión de asistir a cuantos actos religiosos se celebran en ella, apoderándose en ella un sentido religioso de la vida con las preguntas de ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿a dónde vamos?. Felipa se da cuenta que la vida mundana no la llena y siente la llamada de Dios hacia la vida religiosa. Con las ideas muy claras, se va despertando en ella una fuerte vocación religiosa y plantea en casa sus deseos de dedicar su vida a Dios e ingresar en un convento, pues como ella decía: “Dios me aparta de un mundo corrompido, seductor y engañador” y según la mentalidad de la época, en el convento iba a estar “bien colocada”.
Pero, para abrazar la vida religiosa se encuentra con un gran inconveniente: se necesita una Dote que ella no tiene. Criada en el seno de una familia muy religiosa, encuentra en ella el apoyo necesario para conseguir su objetivo, pero debido a sus pocos medios económicos, tales proyectos resultaban difíciles. Sus padres no la pueden ayudar para alcanzar sus objetivos.
Necesita 2.500 pesetas de dote; dinero que, por fin, puede conseguir renunciando a la herencia que le corresponde de sus padres en favor de su hermano político Mariano Cuevas, esposo de su hermana Sabina, que siempre serán sus protectores. De ésta manera se desprende de todas la cosas terrenales y libera el corazón de todo lo material.
Así con 28 años, entre los sollozos de sus hermanos más pequeños, entra de novicia en el Convento “Regina Caeli” de las Hermanas Clarisas en Santillana del Mar. El 4 de Diciembre del año 1.900 tiene lugar la ceremonia de toma de Hábito.
Es una costumbre que a la ceremonia de Toma de hábito, las novicias tomen un nuevo nombre y así Felipa de las Cuevas dejó de ser Felipa para, a partir de ese momento, llamarse María Felipa del Patrocinio de San José. De esa manera, amparándose en el patrocinio y en el ejemplo de San José, aspiraba a vivir virtuosamente, morir piadosamente y conseguir la eterna beatitud en el Cielo.
Las puertas de su convento, y más aún, las puertas de su alma se nos abren de par en par en este caso con sus cartas familiares.
“No me falta nada en compañía de éstas buenas religiosas, estoy muy contenta con ellas; de salud me prueba muy bien por ahora. Somos trece religiosas de velo negro y dos de blanco, las novicias. Rezo todos los días el Rosario Perpetuo, lo hago en la hora que venimos del Coro para echarnos, todo es que duerma un poco menos y ya voy aprendiendo a leer latín”, les decía a sus padres meses después de estar en el Convento. Sus conocimientos rurales adquiridos en sus años juveniles la permiten opinar sobre la esencia y género de las cosas, “a ver si el albarquero me puede hacer unas albarcas, que me hacen mucha falta para ir a pasear por la huerta, que traigo unas muy grandes y además sin tarugos; que las haga cuando suden las hayas y si no es así, que sean de abedul, que son mejores”.
Su madre está muy satisfecha por su nuevo estado de vida, pero la dice que piense bien las cosas antes de la Profesión, a lo que Felipa la contesta: “Ya estoy contando los días que me faltan para profesar”. A últimos del mes de Noviembre de 1.901 hace Ejercicios Espirituales y por fin la llega la fecha de la Profesión, que tendrá lugar el sábado 7 de Diciembre del citado año. La víspera, el viernes, tienen que entregar la Dote y es su deseo que vengan a acompañarla en ese día tan importante para ella, sus padres, sus hermanos, sobre todo su hermana Estéfana, su prima María.....;“cuantos más vengan, mejor” y de paso “que me traigan: flores medicinales, semillas de varias plantas, púas de parra y unos polvos que al mezclarlos con aguardiente, sirven para hacer la tinta. Y no se olviden de las albarcas, del libro del Rosario, del Devocionario de Kempis, manzanilla, fréjoles amarillos, semilla de lechugas, de melones, de pimientos gordos....”. Se preocupa por los suyos y les advierte que pueden verla de víspera, que mandarán a un hombre a buscarles con un burro a Puente San Miguel y que se tendrán que quedar en una posada que cobran 20 reales por dormir. Tienen que venir bien abrigados, les advertía.
Aunque la clausura la va a separar físicamente de sus familiares, de sus amigos y del mundo, no significa que se olvide de ellos sino que, al contrario, les tiene de modo muy especial en su cercanía y sobre todo en sus oraciones.
Sor Felipa del Patrocinio se siente feliz en el Convento, “no cambiaría mi suerte por todas las riquezas del mundo. Cada vez estoy mas contenta y dando gracias a Dios por tanto beneficio como me hizo, sacándome de éste mundo y trayéndome a la Religión ”.
Después de su Profesión, pasó por variados oficios y cargos del convento, desde el más humilde hasta el más honroso, siendo, entre otras cosas, despensera, sacristana, obrera y finalmente abadesa, cargo que ejerció durante tres años, de 1.928 a 1.931. En todos esos puestos dejó un recuerdo imborrable por su caridad, observancia, fervor y habilidad. Se distinguió por su espíritu de oración y por su gusto y esmero en el cuidado del culto a Dios y de preparar las celebraciones, así como su inserción en las tareas sencillas y cotidianas de la vida comunitaria.
Sor Felipa del Patrocinio, a pesar de sus muchos trabajos y de vivir en continua oración, se preocupaba de todas las menudencias de la vida material y se interesaba por todas las necesidades del convento.
Fue una gran trabajadora, tanto en la huerta como en el interior del convento. Entre cuatro monjas arreglaron dos habitaciones que estaban sin luz, abrieron una ventana, revocaron las paredes y las pintaron. Ella es la encargada de pedir a su hermana Sabina las viandas necesarias para el convento. “Tienes que mandarnos dos cerdos, aunque no estén muy gordos y que no sean muy caros. Los metéis en un cajón grande y los podéis mandar por el carretero hasta Puente San Miguel, y nos dices qué día pasa por allí para mandar nosotras ir a buscarlos. Preguntas cuánto nos lleva de porte y le dais maíz o trigo para que les dé de comer. Que sean de “buen lazo”, que tengan “dónde poner” y que sean largos. Me dices lo que cuestan, así como el porte y lo que gasten a camino y ya os lo mandaremos todo. Que no estén enfermos y que coman bien, que aquí no les faltará. Este favor os lo pagaremos en oraciones que es la moneda más corriente que tenemos”.
Estos y muchos otros favores pedía a sus familiares, como castañas, cebollas…., "lo peor que cuando llegaron las cebollas ya habíamos matado los cerdos que pesaron 17 arrobas cada uno”. Otro favor que pidió a su hermana fueron unas albarcas: “todas las religiosas quieren albarcas como las que me mandasteis, duran más que las de aquí. La madre Abadesa también las quiere, pero no quiere abusar de vosotros; me dice que quiere sean pagadas, os mando la medida. Aquí no nos falta de nada, un señor de Torrelavega, sin conocernos ni tener aquí a ningún pariente, nos regaló un par de zapatillas para cada una. Mira cómo el Señor nos provee de todo lo necesario y nosotras no pagamos más que con oraciones, escapularios o algún libro bueno”.
En el año 1.909 enferma su anciano padre y a partir de entonces todo su empeño se centró en que tuviera a mano los auxilios espirituales en sus últimos momentos. “Que el Sr. Cura le ayude a bien morir, pues un sacerdote a la hora de la muerte vale mucho, porque el Diablo trabaja mucho en aquella hora. Estos días pido por él al Corazón de Jesús y a la Santísima Virgen, que se encomiende mucho a ella. Si estuviera al lado suyo, le diría muchas cosas, pero aquí me quedo con las lágrimas en los ojos, pero conforme con la voluntad de Dios”, escribía a su madre.
Pero Sor Felipa no se resignó y mandó una carta de despedida a su padre.
“Mi muy apreciable y querido padre: Veo que se encuentra gravemente enfermo. Dios así lo dispuso y tenemos que tener conformidad con su santa voluntad, lo principal ahora es disponerse bien, por si Dios le llama. Oraciones tiene usted muchas, de mí, de la Abadesa y de todas las religiosas, de Estéfana....., Dios le premiará a usted por todo lo que ha hecho por nosotras. Usted pida a Dios lo que más le agrade y haga muchos actos de contrición, de humildad y paciencia y de que en todo se cumpla su santa voluntad. Yo estoy haciendo los siete Domingos de San José por usted. Mucho me alegra y consuela que el día del Corpus recibiera al Dios de Cielos y Tierra y si puede estar en ayunas desde las doce de la noche, madrugando un poco el Sr. Cura, podrá recibir la Comunión más veces para aumento de gracia. Pídaselo al Sr. Cura, que creo no se lo negará, sino que lo hará con mucho gusto. A ver si se alivia, mientras tanto seguiré pidiendo por usted. Adiós, mi querido padre, sabe lo mucho que le aprecio y que no me olvido de usted en mis pobres oraciones”.
Don Mariano de las Cuevas, su padre, falleció días después, concretamente el 29 de Junio de 1.909.
Al dolor de la pérdida de su padre se juntó la incertidumbre sobre la suerte de su hermana Estéfana que también había ingresado en un Convento de Clarisas en Castrojeriz (Burgos) y que tenía un problema que ya había vivido ella anteriormente: la falta de Dote para profesar. Después de muchos esfuerzos, gracias a los contactos de Sor Felipa, por fin su hermana también logra profesar en el citado convento castellano.
En el año 1.936 irrumpió en España la guerra civil y el convento “Regina Caeli” fue desalojado, expulsando de allí a todas las religiosas. Sor Felipa del Patrocinio tuvo que regresar donde su hermana Sabina que vivía en la casa paterna; en San Pedro la ayudaba en las tareas caseras, a la vez que estaba continuamente rezando y leyendo libros de santos. Una vez pasados los acontecimientos bélicos y cuando la situación política se calmó, regresó al convento de Santillana del Mar.
De nuevo en Santillana, Sor Felipa del Patrocinio se dedica a las labores de bordados de ornamentos, a planchar, la sacristía, a la vez que no descuida sus oraciones, siguiendo el lema de San Francisco que siempre tuvo presente: oír, ver, callar y orar. En el silencio del convento Sor Felipa solo hablaba con Dios, orando ininterrumpidamente, pensando en Él e invocándolo.
El fin de sus días se acercaba, el corazón le daba problemas y ya se cansaba. Además, una pulmonía la postró en el lecho. Su cuerpo, destrozado ya por los años y por la enfermedad, fue lentamente perdiendo las fuerzas, sólo su espíritu ansiaba dar el salto supremo para descansar eternamente en los brazos de su divino Esposo. Su viejo corazón, por fin, se paró, pero su alma buscó cobijo en otro corazón, en el del Dios de Cielos y Tierra, donde había una celda preparada para ella.
Falleció el 7 de Marzo de 1.945 con 72 años de edad. En su acta de defunción aparece una nota que dice: “Fue muy fervorosa y piadosa. Recibió con todo conocimiento los Sacramentos y Unción de enfermos. Entregó su alma al Señor a las siete de la mañana”.
- Información de las Hermanas Clarisas del Convento de San Idelfonso (Santillana del Mar)
- Cartas de Sor Felipa
- Serafina Cuevas
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José Angel Cantero - Diciembre 2.009 |