Mariano
Cuevas, "el de la Torre"
Hace una temporada empecé a hacer una serie de entrevistas a personas mayores del valle de Bedoya y me llevé una agradable sorpresa. Cuando les hacía la pregunta de a quién consideraban del valle que hubiera destacado como persona humanitaria y servicial con los demás vecinos, una gran mayoría mencionó a Mariano Cuevas, “el de la Torre ”:
"Pon a Mariano Cuevas, el de la Torre". "Quiero destacar al tíu Mariano Cuevas, el de la Torre, todo aquel que iba a su puerta a pedir, siempre había algo para él. Lo solía hacer sin que se enterara su mujer, la tía Sabina". "Yo destacaría a Mariano Cuevas, el de la Torre, ese hombre metía comida por la ventana a aquellos vecinos que más lo necesitaban. Sin pregonarlo, socorría a quienes no tenían con qué alimentarse". "Otro que también fue muy caritativo fue Mariano, el de la Torre; dicen que robaba los fréjoles a su mujer para dárselos a los pobres".
Algo tendría Mariano cuando, casi cien años después, todavía hay gente que le tiene presente rememorando sus virtudes. Por eso está hoy aquí, con pleno derecho, entre los personajes ilustres del valle de Bedoya.
Mariano Cuevas y Cuevas nació un 15 de Diciembre del año 1.864 en Pumareña, en la casa de “Lijante”. Fue el tercer hijo de los siete que tuvo el matrimonio compuesto por Angel de las Cuevas y Santa de las Cuevas.
En Pumareña transcurrió toda su infancia hasta que, ya de jovenzuelo, un primo carnal suyo, don Nicolás de las Cuevas, le lleva consigo a su Hacienda de Tarimoro (México) donde Mariano trabajará como capataz en dicha Hacienda y como responsable de la tienda que allí tenía su primo.
Le decía don Nicolás desde México: “Si lo ha de ganar otro, que lo gane alguno de la familia y de revolverte a venir, procura que sea pronto y mientras yo esté aquí, te iré enseñando algo de la tienda; cuando estés enterado de todo, iré yo a ver la familia.”
En Liébana, a últimos del siglo XIX, la emigración a los Países hispano-americanos era muy habitual; rara era la familia que no tuviera allá uno o varios de sus componentes. De esa manera Mariano emprende viaje hacia México, permaneciendo con su primo unos años y donde forja un pequeño capital, dejando parte de él produciendo en México. En el año 1.898 decide volver a España y como el trabajo de la Hacienda era muy considerable, don Nicolás piensa en Nemesio, hermano de Mariano, para sustituirle. Una vez llegado Nemesio a Tarimoro, pudo Mariano emprender el regreso a casa.
Ya en Bedoya, Mariano inicia una relación con una prima carnal, Sabina Cuevas, y contraen matrimonio en el año 1.899, fijando su residencia en San Pedro; allí tiene que convivir conjuntamente con sus suegros y con dos cuñadas solteras. Hay un dicho que dice que “el casado casa quiere”, de modo que junto a la casa familiar hay un derruido solar que Mariano quiere volver a levantar, y en el año 1.900 inicia los trabajos de su reconstrucción para lo que en el futuro sería su hogar.
La Torre
El solar que va a reedificar Mariano correspondía a una torre ya demolida; solo quedaban tres paredes: un paredón entero y los otros dos semi-derruidos. En el año de 1.790 los más viejos del lugar ya no se acordaban de verla levantada. A los moradores de la citada casa se les denomina como “los de la Torre ”, de tal forma que, en la actualidad, son más conocidos por éste apelativo que por su propio apellido.
Por la citada torre habían pasado, a lo largo de los años, muchos ocupantes y fue motivo de varios pleitos para aclarar y confirmar su titularidad. En un principio, la citada casa-torre se denominaba “la casa de Agueros”, por tener un Vínculo y Mayorazgo fundado por don Diego de Posada que emparentó con el apellido Agueros. Más adelante, en el año 1.699, don Francisco de Salceda compra la casa-torre a don Florián Sánchez Campo, que la había heredado de su tía Dª Isabel Sánchez Campo y la Lama. El precio ascendió a 1.000 reales, pero a resultas de estar dicha casa-torre vinculada, en el año 1.763 hubo un juicio entre los descendientes de ambos en la Real Chancillería de Valladolid, que dictó sentencia, declarando como único poseedor de la citada casa-torre, a don Francisco de Salceda.
Familia
Mariano, ya dijimos que en el año 1.899, se casó con su prima Sabina Cuevas con la que tuvo siete hijos: Rosario, Severino, Lucio, Encarnación, Mariano, Heliodoro y Gerardo.
Un año más tarde, en Diciembre de 1.900, una cuñada suya, Felipa Cuevas, pretende ingresar en el convento de Santa Clara en Santillana del Mar. Para ello necesita una dote. Sin ese requisito no podía llevar a cabo su Profesión en el citado Convento. El montante ascendía a 2.500 pesetas. Pero Felipa no lo tenía y le ofrece a Mariano su renuncia a la herencia que le corresponde de sus padres, adjudicando dicha herencia a su hermana Sabina a cambio de dicho importe.
Unos años más tarde, en el año 1.905 le sucede un caso similar a su otra cuñada, de nombre Estéfana, que ingresa en el Convento también de Clarisas en Castrogeriz (Burgos) y que no puede profesar por falta de la dote, llegando incluso a estar a punto de volverse a su pueblo de San Pedro, “con todo dolor de su corazón”, por carecer de recursos. Mariano intentó recuperar el dinero que tenía impuesto en México para ayudar a su cuñada, pero estaba tan bajo el cambio que tuvo que desistir. Por fin, entre Mariano y algunos familiares más, lograron reunir las 3.000 pesetas que importaba la dote, pudiendo profesar Estéfana el día 6 de Enero de 1.907 en el citado Convento de Castrogeriz.
Aparte de estas aportaciones, Mariano estuvo siempre muy pendiente de las monjas, sobre todo del Convento de Clarisas de Santillana del Mar, a donde enviaba cebollas, patatas, pimientos, uvas, incluso chorizos…., la mayoría de las veces de manera altruista, menos cuando las cantidades eran grandes que entonces les cobraba lo mismo que valía en el mercado de Potes.
En el año 1.905 se anima a recomponer un prado que su suegra tiene en Llandelestal. Le allana, le quita piedras y le cerca de pared, levantando también un invernal para poder meter la pequeña cabaña de vacas que tenía en épocas de otoño y primavera.
Poco a poco la familia iba en aumento, pero su primo “mexicano”, don Nicolás de las Cuevas, acaba de fallecer en el año 1.908 y un hijo de éste, Severo, se acuerda de los dos hermanos que habían estado en Tarimoro: Mariano y Nemesio para que primero uno y después el otro, relevándose, le ayuden en su negocio de la Hacienda. Pero surge un problema: ambos hermanos están ya casados y con familia. Severo los logra convencer y en ese mismo año de 1.908 emprende Mariano su segundo viaje a las Américas, dejando a su esposa con cuatro hijos, uno de ellos de pocos meses, con toda la hacienda y al mismo tiempo al cuidado de sus ancianos padres. Para ayuda en las tareas domésticas, tienen que contratar servidumbre.
De nuevo en México, Mariano se encarga de la tienda donde vende zapatos, pana, etc., y pudo hacer algún dinero. En Marzo de 1.910, juntamente con su hermano Nemesio impuso 7. 040 pesos en pagarés por 4 años, al 4% de interés.
Su estancia en el país azteca se alarga hasta el año 1.912, concretamente el día 14 de Enero de dicho año sale del Puerto de Veracruz con destino de nuevo a su tierra en un viaje que resultó regular: “Tuvimos unos días bastante malos, tanto que llegamos con tres días de retraso a Santander”. Al llegar a Liébana, en Castro, le esperaba su esposa y los cuatro muchachos, “todos gordos y saludables”. Cuando llegó a su domicilio de San Pedro se encontró con la satisfacción y el gusto de ver la cerda colgada en el portal de la casa. En ese mismo año, en el mes de Diciembre nacería su quinto hijo.
Mariano trajo consigo de México varias semillas para plantarlas en San Pedro. Era una persona emprendedora y quería experimentar con dichas semillas. Entre otras cosas traía magueyes, que llegaron con las pencas secas (de ésta planta se extrae la tequila) y también reportó nopal (higos chumbos). Lo mismo que trigo para sembrar, maíz, semillas de rábanos, grana de repollo, grana de cedro, pero no pintó bien. El maíz se espigó y no llegó a echar panojas; le decían los vecinos jocosamente que guardara los panizos para echar las castañas. Además vino un invierno de mucha seca. Ni nevó ni siquiera llovió. Había tanta seca que ese mismo año de 1.912 se hicieron rogativas a San Pedro de Toja suplicando la lluvia, y San Pedro les escuchó, ya que días más tarde el líquido elemento regó y empapó los campos.
Aunque las semillas mexicanas no tuvieron éxito, Mariano no se desanima y juntamente con su hermano Francisco compra vides y planta la viña de la "Liebre" y la de "Lijante".
Al mismo tiempo se hace con una cabaña de vacas y un lote de becerros que las lleva al invernal que había hecho en "Llandelestal". Pero la fatalidad quiso que en ese mismo año de 1.912 un oso le mató una novilla en "Cordancas". Salieron los vecinos con idea de matarle y “nos salió por la “Lanchera” y le tiró mi hermano Francisco, pero de lejos porque estaba junto a él un muchacho que metía mucho ruido y nada. Luego le tiraron 14 tiros y no le cortaron ni un pelo. Llegó al “Canto de los Gallos” y se nos escapó..…; yo no llegué a tirarle.”
En el año 1915 las viñas de "Lijante" y la "Liebre", ya con tres años plantadas, empezaron a dar su cosecha, lo que no pudo impedir que ese mismo año tuviera aún que ir a Castilla a traer vino para la faena de la hierba. En Diciembre de 1.922 una caída del caballo le tiene una temporada padeciendo sus secuelas, pero felizmente logra recuperarse.
En el ámbito familiar Mariano cuidó mucho de que sus hijos recibieran una formación a través del trabajo y del estudio. Su hija mayor, Rosario, estuvo estudiando en Potes varios años, lo que les suponía a sus padres un coste de cuatro pesetas al mes, llegando hasta las ocho pesetas años más tarde. Rosario era muy inteligente y sacaba muy buenas notas, pero una enfermedad, por cierto bastante común en la familia, la persiguió con graves problemas en la visión.
Mariano fue un hombre virtuoso, con arraigados sentimientos religiosos, amigo de Dios, amigo de los hombres y sobre todo amigo de los pobres. Aparte de ser una persona sencilla, se adornaba también con otros distintivos como la generosidad con los más necesitados; para él los menesterosos tenían rostros y nombres. La compasión le movía hacia los que padecían algún tipo de penuria y se encargaba de dejar a la puerta de casa de los más necesitados lo más elemental para saciar sus miserias. Era época de indigencia para muchas personas del valle y Mariano trataba de mitigarla con limosnas y con comida.
Fue también un emprendedor y un gran trabajador. Dicen de él que llevaba dos parejas de vacas para arar las tierras; cuando cansaba una, empezaba con la otra, pero él nunca cansaba. Tanto trabajó, que tuvo que morir con “el azado en la mano”.
Por las Navidades de 1.936 Mariano había sido operado de una hernia inguinal. Meses más tarde, en la primavera del año 1.937, llegaba la época de cavar las viñas y Mariano se encaminó a realizar dicha tarea en la viña que tenía en la Prada. A mitad de la dura jornada un agudo dolor le traspasa su cuerpo. No lo resiste; él, que tanto trabajó y que tanto aguantó, ve que aquella papeleta tiene difícil solución y no aguanta más, así que abandona el trabajo y emprende el camino de regreso a su casa de San Pedro. Son tres kilómetros de caminata los que le aguardan, pero al llegar a Esanos su cuerpo ya no resiste más; se acerca a casa de su hermano Francisco que procede a socorrerle de su mal en aquello que buenamente puede. Pero Mariano estaba herido de muerte. Le quedaban apenas 500 metros para llegar a su domicilio y no le pudo alcanzar, falleciendo en casa de su hermano en Esanos a causa de unas imprevistas complicaciones por una insuficiencia renal derivadas de la hernia.
Eran tiempos de guerra en España, año 1.937, y Liébana estaba tomada por las fuerzas de izquierda. Como no se podían hacer exequias religiosas “a causa de la revolución roja”, fue enterrado en el cementerio de San Pedro y su sobrino don Moisés Cuevas, capellán castrense, que estaba en Bilbao, le hizo en la capital vasca el funeral y las correspondientes misas gregorianas.
Su imborrable huella quedó marcada en la mente de todos, pues algo bueno tendría cuando casi cien años después, todavía hay gente que le recuerda.
“Por sus obras le conoceréis …...”. Por eso y por otras muchas cosas, éste epitafio es el que mejor honra la memoria de Mariano Cuevas y Cuevas, "el de la Torre".
José Angel Cantero - Marzo 2.009 |