Estéfana de las Cuevas Salceda
Religiosa que tomó el nombre de Sor María Cunegunda de la Cruz
Estéfana de las Cuevas Salceda fue la más pequeña de los ocho hijos que tuvo el matrimonio formado por Mariano de las Cuevas Gómez y Raimunda Salceda. Estéfana nació en San Pedro de Bedoya, en la casa conocida como la “Torre”, el día 26 de Diciembre del año 1.880. A tres de sus hermanos mayores apenas los conoció ya que, como muchos de los jóvenes de la época, habían emigrado a Argentina. En Bedoya no había alimentos para todos, aunque en ultramar tampoco eran todo rosas, la vida también fue muy dura para quienes cruzaron el charco.
La niñez de Estéfana transcurre entre la escuela de Esanos y los quehaceres domésticos en ayuda de sus padres, aunque ya de bien pequeña hay algo en ella que llama la atención de sus progenitores: “Estéfana es muy rezadora”, decían ellos. Cosa que les alegraba ya que sus padres se distinguían por su humildad, por una profunda religiosidad y por una gran afición a la lectura de libros de santos. Todo esto, no podía por menos de ir dejando huella en el alma de Estéfana.
En el año 1.900 su hermana Felipa ingresa en el convento de las Hermanas Clarisas de Santillana del Mar y Estéfana la acompañó ese día en su toma de Hábito, cautivándola la vida del Convento y se despertó en ella una gran vocación religiosa. Tenía entonces 20 años y su hermana tiene verdaderos deseos de que Estéfana sea religiosa como ella y la anima, aunque no contaba en demasía con el beneplácito de sus padres que en principio se encontraron algo reacios ya que veían en Estéfana su soporte para los últimos días de su vida. Felipa les decía: “Ustedes sentirán quedarse sin Estéfana, pero la vida religiosa es el mejor estado para conseguir la vida eterna, que es lo principal”.
Una vez convencidos sus padres, se encuentran con un gran inconveniente: reunir los 14.000 reales que la pedían de Dote en el convento de Santillana. Estéfana, en éste caso sus padres, solo podían disponer de 7.000. Su hermana Felipa ya había sufrido el mismo problema unos años antes y lo pudo solventar vendiendo la parte que le correspondía de su herencia a otro hermana. A partir de ahora, Felipa será la que va a animar a Estéfana con todas sus fuerzas a abrazar la vida religiosa, sea en Santillana o en otro convento: “Hay que tener paciencia y conformidad con Dios, tú no te desanimes, pues todos tuvimos que sufrir para ser Religiosas y tú también sufrirás, porque el Diablo trabaja cuanto puede para impedir la vocación. No te preocupes si tienes que entrar en otro convento, vas a estar tan bien como aquí”, la decía Sor Felipa.
La ilusión de Estéfana era entrar con su hermana, “iré ahí, aunque sea de Cantora…..”. Pero Sor Felipa la desengaña: “Mira, no te aconsejo estudiar para Cantora; te expones a enfermar en el año de Noviciado, que no es lo mismo cantar en el convento que en la huerta o en casa; las que entran de Cantoras es porque no pueden disponer de Dote y tu no estás en esa situación. Prefiero que vayas a otro convento con Dote, que aquí de Cantora. A ver si poco a poco y con paciencia puedes reunir el dinero, porque la Abadesa dice que con lo que tienes ahora, no te puede admitir aquí. Escribe a nuestros hermanos a la Argentina para ver si entre todos te pueden ayudar”.
Pero sus hermanos tampoco andan muy sobrados de dinero. Argentina está pasando por una época de vacas flacas y “hay gente que se ofrece a trabajar solo por la comida”, la responden. Otro hermano político, Mariano, estaba en México que en esos momentos estaba zambullido en una revolución y el poco caudal que tenía, apenas valía nada al cambio.
Sor Felipa se cansó de buscar por una y otra parte, incluso propuso a su madre vender una reliquia que tenía en casa, hasta que por fin encuentra respuesta en un Padre Franciscano, fray Andrés Ocerin, que fue un gran predicador y que recorría los Conventos que las Religiosas tenían por toda España dando Ejercicios Espirituales.
“En el convento de Begoña, en Bilbao, piden de dote 10.000 reales, también puede ir a Córdoba; en Burgos también hay varios conventos, puede ir a Castrojeriz, a Vivar del Cid, a Nofuentes…., también en Lerma, aunque allí son Descalzas. Piden igual Dote, pero piden más ropa. También hay otro convento de la Primera Regla; éstas ayunan siempre, comen de vigilia y se levantan a media noche a Maitines; dicen que no tienen enfermas, después de hacer tanta penitencia”, les dice el Padre Andrés.
Fue tanta la influencia y dedicación de Fray Andrés que pidió al Sr. Arzobispo de Burgos licencia para abaratar la Dote de Estéfana en el convento de Castrojeriz en Burgos. A lo que accedió el Sr. Arzobispo que por entonces era Don Gregorio María Aguirre y García y que luego llegó a ser Cardenal y Primado de España, dejando la Dote en 10.000 reales y 500 para ropa. Mil quinientos reales se entregarían el día del ingreso y los 9.000 restantes la víspera de la Profesión. La madre Abadesa escribe a Estéfana para advertirla de: “No es necesario que entre usted de gala, a ver si encuentro una madrina que la vista y pague el refresco para todos que cuesta seis pesetas. Nosotras ponemos las camas para los acompañantes; la comida será por su cuenta”.
En la misma carta la dice a Estéfana: “La tenemos preparado un ramo de flores para cuando venga, para que usted se las ofrezca a María Inmaculada. El ramo es de azucenas, de rosas y de menudas violetas y un precioso lazo. Las azucenas simbolizan la pureza que usted ofrecerá a su cariñosa Madre; la rosa, el sincero amor de su cándido corazón a su Madre y las violetas la modestia y humildad que ha de observar en sus modales. El lazo, la obediencia que ha de observar. Aquí la esperamos para unirnos en cantar alabanzas a nuestro Divino Esposo”.
En la primavera 1.906 entra Estéfana en el convento de Castrojeriz, acompañada por su ya anciano padre y por el señor Cura de Bedoya, don José Barrallo. De ésta forma, como una flor, fue trasplantada de éste mundo al jardín del Esposo. El 6 de Mayo de 1.906 a las cuatro de la tarde vistió canónicamente el Santo Hábito Franciscano como religiosa de Coro.
Es una costumbre que las religiosas en su Toma de Hábito, cambien su nombre bautismal por otro de su devoción. Estéfana, en sus muchas lecturas de vidas de santos y buscando modelos para el cambio de nombre, había encontrado una mujer que siempre la había cautivado. Esa mujer era el de Cunegunda, religiosa también clarisa, y a la que siempre trató de imitar, viviendo de modo ejemplar los votos religiosos, sirviendo humildemente a sus hermanas, con espíritu de sacrificio y amor. Así que a partir de éste momento, Estéfana toma, para el resto de su vida, el nombre de Sor María Cunegunda de la Cruz.
Su hermana Sor Felipa, desde Santillana, también la da consejos: “Tienes que ser humilde y obediente, cariñosa con la Maestra y con las compañeras de Noviciado. Con la Madre Abadesa, muy sufrida, paciente y callada. Nunca te discrimines, lo que puede hacer otra, lo puedes hacer tu. Hay que hablar poco, eso no significa estar siempre callada, responde a cuanto te pregunten. Es muy saludable pasear y si quieres trabajar algo, tampoco te hace mal. Tienes que comer bien de todo y estar siempre alegre y dormir bien el tiempo señalado. Reza todo lo que puedas y no tengas pena por salir de éste mundo engañador”.
La Madre Abadesa la felicita y dice de ella que tiene muy buen comportamiento, “es muy aplicada en todo y desea mucho adelantar cada día en la virtud, la sienta además muy bien el clima porque está engruesando”. Sor Cunegunda está muy contenta en el convento, ayuda a las religiosas en el Coro, hace la Cantoría y lee muy bien el latín; “no sé cómo darle gracias a Dios por tan grande favor como me ha hecho de llamarme a éste asilo de refugio, donde, como paloma, hago mi nido en el Sagrario, deseando vivir sólo para Jesús. Que mi corazón crezca cada vez más inflamado en Amor Divino y no sea más que para servir a Dios”, escribía Sor Cunegunda.
Pero un grave problema sale a relucir. Se acerca ya el día de la Profesión y hay que reunir los 9.000 reales restantes. Sus padres no disponen del dinero y Sor Cunegunda corre el peligro de tener que abandonar el convento y volverse a San Pedro de Bedoya. Escribe a sus progenitores y les dice:”Yo no saldré de aquí por cuanto hay en el mundo, lo tengo pensado y no quiero faltar a la gracia tan grande que Dios me ha concedido. ¿Qué será de mí cuando ponga los pies a la puerta para salir de aquí?. Me estremece el pensarlo. Si no me dan la Dote , me quedo aquí de lega y me iré aunque sea a la huerta y comeré raíces y hierbas, que así lo hacían los Santos; de ninguna manera saldré de aquí. Dios no desampara a nadie y menos a las que se consagran a su servicio. La vida es corta, la pena eterna y Dios nos dará el cienduplicado en ésta vida y la corona eterna en la otra. Yo a Bedoya no vuelvo”.
No solamente es Sor Cunegunda la que escribe a sus padres en busca de ayuda, también la Madre Abadesa, viendo la desesperación de la hermana, les pone unas letras: “Es muy triste, después de vestir el Santo hábito, volver a dejarlo sin motivo. Salir de la Casa de Dios para estar en el mundo es muy triste”.
Sus padres están también muy apenados, no la pueden ayudar; por ellos la darían eso y mucho más, pero su situación económica no se lo permite. Después de muchas vueltas, acuerdan vender varias fincas a su otra hija, Sabina, por un montante de 2.500 pesetas, lo suficiente para la Dote de Sor Cunegunda, que recibe la noticia con una gran alegría. “Ahora mi anhelo se cifra en amar y servir a Dios, con qué gozo y satisfacción se vive en la Casa del Señor, aquí todos los días son para alabar, glorificar y bendecir las infinitas misericordias de Dios”. Superada felizmente esta primera batalla, Sor Cunegunda se pudo dedicar ya en cuerpo y alma a la contemplación de las cosas celestiales.
En el año de 1.909 acude a Castrojeriz el Padre Andrés Ocerin que acudió a la elección de una nueva Abadesa. Sor Cunegunda le puede conocer en persona y aprovechó para mostrarle su agradecimiento por su trabajo en buscarla Convento. “Es un santo….”, diría la religiosa, que por aquellas fechas fue nombrada Sacristana.
En ese mismo año, enferma gravemente su padre al que escribe una carta de despedida: “Tenga usted mucha confianza en Dios y mucha conformidad con su santísima voluntad; ofrezca al Señor sus trabajos y dolores. Yo le encargo, padre, que lo sufra todo con resignación y paciencia santa. Prepárese, estamos en un valle de lágrimas y hemos nacido para morir. Yo tengo la esperanza, padre, que usted así lo hará y Dios Nuestro Señor le compensará todos los sacrificios que ha hecho por todos sus hijos; aquí en el convento estamos noche y día pidiendo sin cesar por su salud espiritual y corporal, si así nos conviene. Toda la Comunidad pide para que el Señor le prepare una buena muerte. Todos los días ofrezco la Misa y Comunión y todas mis pobres oraciones por usted, delante de los Sagrados altares estaré día y noche pidiendo y suplicando a Jesús Sacramentado y al Espíritu Santo le alcance la fortaleza para salir victorioso contra los enemigos de nuestra pobre alma. Con ésta confianza, me despido de usted, mi querido padre, y le suplico perdone a ésta su querida hija…..”.
Días después, concretamente el 29 de Junio de 1909, falleció su padre en San Pedro de Bedoya, pero Sor Cunegunda, aparte del dolor por tan grande pérdida, se consuela porque recibe noticias de su madre diciendo que había fallecido con pleno conocimiento, con mucha tranquilidad y una gran resignación, que era lo que ella pedía y Dios así se lo había concedido.
A las 8 de la mañana del día 8 de Agosto de 1.910, congregada la Venerable Comunidad en el Coro Alto, a toque de campana, después de haber transcurrido íntegro el trienio de la Profesión de votos simples, Sor Cunegunda de la Cruz hizo la solemne Profesión para Religiosa de Coro.
Fue su sueño dorado, el verse consagrada a Dios por entero. En el Monasterio, prosiguió su vida principalmente alabando a Dios, como primera labor y a lo que son llamadas las religiosas por vocación. “Sin oraciones, las monjas de clausura no haríamos nada y el mundo se perdería”. Y todo ello para logar el único negocio de ésta vida que es el tratamiento de la salvación de su alma. También se empleó en las labores de la época: bordar ornamentos, planchar, sacristía….… y demás trabajos de la comunidad.
Así hasta que una grave enfermedad se apoderó de ella. Posiblemente fue una tuberculosis que fue la enfermedad que más vidas de jóvenes religiosas segó por aquellos años en el viejo Monasterio castellano. Sor Cunegunda, en sus últimos días en éste mundo, tuvo que sufrir mucho pero sobrellevó los sufrimientos con espíritu de total sumisión a la voluntad de Dios.
Vivió una vida plena de amor a Dios de una manera extraordinaria y llegó por fin, para recibir su premio, a la contemplación del rostro de Dios en su gloria. De esa manera acabó en el Señor, después de recibir los Santos Sacramentos, a las cuatro de la mañana del día 5 de diciembre de 1.919 a los 39 años de su edad y 13 de vida religiosa. Ese día se vistió con el traje de gala para asistir al banquete de las bodas eternas del Cordero, donde estaba invitada, dejando en pos de sí un aroma delicioso de edificantes ejemplos inolvidables.
Sus restos mortales fueron sepultados en la huerta del Convento convertido por entonces en cementerio. En 1.950 se habilitó, en la misma huerta, un cementerio en el cual se dispuso además un osario al que el 24 de abril de 1955 se trasladaron piadosamente los restos de quienes en años anteriores habían recibido sepultura en el cementerio precedente. - Información de las Hermanas Clarisas del Convento de Castrojeriz (Burgos)
- Cartas de Sor Cunegunda - www.castrojeriz.es
- Serafina Cuevas
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José Angel Cantero - Enero 2.010
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