Portada | Otros ilustres | Historia

 

Pablo Gaipo Albarrán

En este mundo, y por desgracia en la mayoría de las ocasiones, hay que esperar a que uno se muera para poder rendirle elogios. Hace pocos meses, en Julio del año 2.022, falleció en Torrelavega don Pablo Gaipo Albarrán, un sencillo, humilde y piadoso sacerdote, pero a la vez un grande de espíritu que se dejó querer por todo el que le conoció.

Aquí queda reflejada su vida que en su mayoría la escribió él mismo en su libro "Peregrino de la cruz, cansado y sin credencial".

Pablo nació en el pueblo de Esanos el 24 de febrero de 1.949. Era el menor de dos hermanos; sus padres fueron Isidoro Gaipo y Magdalena Albarrán, un matrimonio con muy pocos recursos económicos donde Isidoro, natural de Trillayo, ejercía de jornalero eventual y Magdalena era una mujer con un profundo sentido religioso y gran amante de la música (tocaba el órgano en las funciones religiosas). Magdalena, natural de Ruiloba, siempre iba vestida muy elegante y con apariencia de “familia bien”, lo que chocaba con la escasez de “muchas cosas” que sufría la familia.

Al poco tiempo de nacer Pablo, el matrimonio con sus dos hijos cambió su residencia a Trillayo donde vivieron posteriormente. Mientras el padre iba a ganarse el jornal a los viñedos, o a donde le llamaran, la madre aleccionaba a sus hijos tanto en la cultura como en los temas religiosos. Así se crio Pablo que, desde bien pequeño, sintió ya la inclinación a todo lo piadoso. Con cuatro años ya sabía el catecismo, ayudaba a misa y le pedía a su madre que quería predicar a la gente; tanto es así que aprendía los sermones que le relataba su madre.

Mientras el pescadero despachaba el pescado, Pablo cogía el altavoz de la furgoneta y les daba a sus vecinos la predicación correspondiente. No, no molestaba a nadie, más bien se lo mandaban ya que les hacía mucha gracia que un niño tan pequeño les recitara aquellos sermones. Otro ”púlpito” al que acudía también era en la bolera de San Miguel, donde las tardes de los Domingos se llenaba de gente jugando a los bolos. Siempre había algún voluntario que animaba a Pablo a echarles un sermón. Y allí, subido en las piedras que circundaban el recinto de la bolera, se subía Pablo y entre el ruido de los bolos les soltaba el sermón correspondiente. Alguno se reía del muchacho, pero la mayoría le oían con sumo respeto.

Santo Toribio, Tama, Potes…., en fin, en cualquier sitio donde se concentraba la gente, allí estaba Pablo dando la nota mientras los asistentes le observaban con mucha delicadeza, con respeto, con atención y con admiración. “¿De dónde es éste niño?”. “De Trillayo”, enseguida contestaban. Y como tal niño que era, siempre había algún oyente que le daba unos caramelos, o incluso algunas veces, las menos, un poco de dinero.

Los sermones de Pablo versaban sobre diversos temas, como el Sermón de la Montaña, las Bodas de Caná, la parábola del pobre Lázaro, pero el sermón favorito suyo y también de los oyentes, era el relativo a San Isidro Labrador donde exponía la vida del santo y sus virtudes. “Cuando al atardecer lleguéis a casa rendidos de caminar todo el día tras el arado, debéis tener unos minutos para ocuparos más despacio de Dios. Y cuando las cosas no salen a vuestro gusto, cuando los animales no van por donde vosotros queréis, no arrojéis palabras malsonantes con las que no arregláis nada y muchas veces escandalizáis a los que tenéis alrededor. Y os suplico en nombre de todos los niños que jamás les quitéis ni escandalicéis la verdadera alegría con escenas escandalosas", etc etc.”.

Con cinco años estaba preparado para recibir ya la Primera Comunión, pero el cura de Trillayo dijo que aún era muy niño, así que hablaron sus padres con el párroco de San Pedro de Bedoya y el 23 de Mayo de 1.954 recibió la Primera Comunión en ésta parroquia.

La salud de Pablo nunca fue buena, era muy “débil de las piernas”, se cansaba por poco. Sus pretensiones eran cursar la carrera eclesiástica pero su debilidad física hizo que sus padres se preocuparan en su adolescencia. Su salud no mejoraba, tenía siempre la tensión alta y sudaba de tal modo que llamaba la atención.  Iba a ayudar a su padre en los trabajos de las viñas, pero Pablo apenas hacía nada. Su padre le decía: “Pablo, tú cuando veas que tal, descansa” y los dos se reían posteriormente.

Llegados a los 21 años le llaman para hacer el servicio militar. Hizo el campamento en Araca (Vitoria) y allí juró bandera quedando luego destinado en la Plana Mayor del campamento. Pablo, aunque seguía con sus problemas de salud, no perdió el tiempo porque allí sacó el Certificado de Estudios primarios.

Se licenció el 15 de Marzo de 1.972 y cuatro días más tarde fallecía en Trillayo su padre. Pablo pasa por una época complicada, sin padre y con muy pocos recursos, ve truncada su ilusión por acceder a los estudios eclesiásticos. Pero fiel a su vocación continúa en su domicilio de Trillayo estudiando por su cuenta latín, francés y demás asignaturas sin profesor ni nadie que le oriente. Únicamente se ayudaba de las clases que recibía por medios radiofónicos. Pero Pablo no ceja y obtiene en Santander el Certificado de Graduado Escolar y aprueba el ingreso de bachiller. Allí conoce al párroco de Santa Lucía, don Feliciano Calvo, que sería luego su protector.

Llegado a la edad de 25 años, ve que su ilusión por estudiar la carrera eclesiástica puede convertirse en realidad, pero surge de nuevo el mismo problema: no contaba con los medios económicos suficientes para paliar los gastos que la carrera le iba a proporcionar. Pero era destino de Dios que Pablo Gaipo llegara a la cumbre que se había propuesto y aquí surge la figura de don Feliciano Calvo quien le prepara los papeles y le dice que: “éste próximo curso, con permiso del Obispado de Santander, vas a ir a estudiar a la Facultad de Teología de Burgos. No te preocupes por el dinero”. Iba como estudiante de Teología, pero no como seminarista. El curso lo hace bastante bien, aunque las notas no eran para presumir.

Pero la meta de Pablo pasaba por entrar en un Seminario y ser sacerdote, deseo que solicitó al Obispado de Santander. Ese mismo verano recibió una carta del Obispado indicándole que para ser sacerdote tenía que someterse a dos cosas: lo primero superar un test de inteligencia y lo segundo ingresar en un seminario. Pablo en principio lo tomó por una humillación, pero aconsejado por don Feliciano se sometió a la prueba con un resultado negativo debido a su “incapacidad intelectual” para ser sacerdote a pesar de tener ya los ministerios de lector y acólito. Duro golpe para Pablo. El segundo requisito era ingresar en un seminario, cosa que sí logró hacer. Obtiene becas del Obispado, del Estado, amén de otras ayudas de carácter particular hasta la terminación de la carrera en el Seminario de Burgos.

Por fin, en el año 1.980 y después de muchos esfuerzos, muchos requisitos y muchas pruebas, Pablo pide una audiencia con el Sr. Obispo de Santander para exponerle sus pretensiones y Monseñor del Val, al finalizar la audiencia, convencido de la bondad de Pablo, le dice que puede pedir las órdenes al Diaconado, cosa que Pablo hace en aquel mismo momento. ¡Qué alegría recibió Pablo cuando se lo comunicó a su madre y a don Feliciano, el párroco de Santa Lucía....!!!.

El 25 de Marzo de ese mismo año, festividad de la Anunciación, fue consagrado con las Órdenes de Diaconado en el Seminario de Monte Corbán. Ahora tocaba preparar la ordenación sacerdotal. Se fija la fecha para el 4 de Junio en el Monasterio de Santo Toribio de Liébana.

Cuando llega a casa con la noticia, le dice su madre: “hijo, no te tengo preparado nada, te tenía que comprar un cáliz, pero no hay dinero”. “No te preocupes, madre, el cáliz y la casulla me lo regala una religiosa” le contesta Pablo.

Por fin, en la tarde del día 4 Junio de 1.980, Pablo, nervioso y con las lágrimas en los ojos, recibe de manos del señor Obispo de Santander, don Juan Antonio del Val, acompañado de don Juan José Caldevilla, arcipreste de Liébana, y don Carlos Osoro, vicario de la Diócesis y actualmente Cardenal de Madrid, las órdenes sacerdotales. Una treintena de sacerdotes de Cantabria y de la Archidiócesis de Burgos, donde Pablo había terminado sus estudios religiosos, le acompañaron en ese día. El templo se hallaba repleto de gente y durante la celebración el coro, llegado del Seminario burgalés, interpretó diversas composiciones sacras.

Al finalizar el acto, Pablo se dirigió a los fieles señalando su alegría por haber sido elegido por Dios entre los humildes, dando las gracias a las personas que habían hecho posible su ascenso a las gradas del altar, citando al señor Obispo, a don Feliciano, a la comunidad de Franciscanos de Santo Toribio y a todos cuantos hicieron posible su ordenación sacerdotal.

La comunidad de Franciscanos, que organizaron de forma brillantísima la celebración, entregaron la recaudación íntegra de los fieles al nuevo presbítero, recaudación que fue importante al conocerse la situación económica de Pablo.

El 15 de Junio de ese mismo año dice su primera misa en su pueblo, en Trillayo, donde se hace una gran fiesta en su honor. Hasta el día quiso sumarse gustoso y el sol relució con todo su esplendor y fuerza, poniendo alegría y colorido al evento.

A las cinco de la tarde, el nuevo sacerdote era esperado a la puerta de su casa de Trillayo y bajo un arco triunfal se trasladó a la iglesia donde dio comienzo su primera misa que concelebraron varios sacerdotes lebaniegos.

El coro de la parroquia de San Jerónimo de Burgos interpretó durante la misa diversos cánticos, mientras los fieles, que abarrotaban la iglesia, seguían la ceremonia religiosa con gran emoción y fervor, especialmente el besamanos que tuvo lugar al final.

Durante la locución que don Pablo dirigió a sus convecinos y amigos puso una vez más de manifiesto la gran alegría que le embargaba, así como su agradecimiento por acompañarle en éste día compartiendo con él tanta dicha y contento.

Terminada la ceremonia religiosa, la juventud del pueblo, como es tradicional en estos casos, se congregó alrededor del típico “Mayo” para tratar de subirle y así alzarse con el premio de 10.000 pesetas que estaba establecido. Dicha aportación fue un regalo y a la vez una promesa que le había hecho a Pablo unos años antes el indiano de Cobeña, Primo Cuevas, si llegaba a ser sacerdote. Pero el premio se quedó en Trillayo, ya que ningún participante logró coronar el “Mayo”.

Al final y con la colaboración de todo el pueblo de Trillayo, fue servido un suculento ágape a todos los asistentes.

Por fin don Pablo es ya sacerdote, un sacerdote para el pueblo. Es el prototipo que nace y se hace en un pueblo. Su infancia y gran parte de su juventud así había transcurrido. Salido de una familia modestísima, pero profundamente católica, ha vivido todos los avatares de la gente de aldea como la que en breve irá a cumplir su misión pastoral. Pablo sabe de privaciones, de sufrimientos y de vejaciones a la que estuvo sujeto. No tuvo la fortuna de nacer en una cuna de oro, sin embargo, hombres como Pablo son los que necesitan los fieles para acercarse a Cristo que nació, vivió y murió pobre. Un joven del pueblo que llegó a la cima que se propuso: amar a Dios y dar ese amor a sus semejantes.

El primer destino del nuevo sacerdote fue a Mataporquera y pueblos de Valdeolea, donde le reciben con mucho cariño. “Vengo a la parroquia siendo un pobre y quiero salir de ella aún más pobre”, les dice en su primer sermón. Según iban aumentando los pueblos a atender, junto a Pablo se unió otro sacerdote, Javier Calzada, formando ambos un gran equipo.

Una vez instalado decide que debía de tener a su lado a su madre, así que la saca de Trillayo y la lleva a Mataporquera donde fallecería años más tarde. 

Pablo visitaba los lugares donde se reunían sus feligreses: las boleras, los bares, con los jóvenes del grupo parroquial y siempre recibiendo parabienes y haciendo apostolado.

Llevaba en Mataporquera ya 19 años y debido a su escasa salud, el Obispo de Santander le dice que tiene que abandonar la parroquia para desempeñar su apostolado en otro sitio más apropiado para su enfermedad. Los feligreses le hacen una gran despedida. “Don Pablo, sabes que la gente de tus pueblos te quiere”, le dicen.

Su destino fue en la Residencia de ancianos de Cueto y tenía que ir a decir también todos los días misa en la parroquia del Cristo en Santander. Años más tarde fue nombrado Vicario de dicha parroquia, teniendo una notable acogida, pero don Pablo tenía sus limitaciones, aparte de su salud, no sabía conducir, no sabía el manejo de un ordenador y le destinan a pasar largas horas en el confesionario de la parroquia.

En el año 1.996, venciendo el miedo al avión, viajó a Tierra Santa para recorrer por los Santos lugares donde había vivido Jesucristo. Pablo también atendió espiritualmente a la Hermandad del Rocío en Santander y fue de peregrino desde Huelva hasta el Rocío, sufriendo bastante ya que Pablo no estaba acostumbrado a andar y se le hizo el camino muy duro.

En el mes de Mayo del año 2.016 sufre una grave enfermedad. Pablo llamó a los presbíteros de la iglesia del Santísimo Cristo y allí mismo le administraron el sacramento de la Unción de Enfermos y a continuación ingresa en el Hospital de Valdecilla para ponerle una válvula para evitar los efectos de la hidrocefalia. “Tienes que bajar de peso y dejar de beber”, le recomiendan allí.

Meses después, en el mes de Setiembre, tiene que ingresar de nuevo en el Hospital: la salud de Pablo se está debilitando y ese mismo año Pablo tiene que ingresar en el Seminario de Monte Corbán, en la Residencia para sacerdotes mayores. Unos meses más tarde, ya imposibilitado para andar, es trasladado a la Residencia Santa Marta de Torrelavega, donde su vida se fue apagando progresivamente, falleciendo en ésta ciudad el día 3 de Julio de 2.022 con una muerte sencilla y humilde, como su vida. Una vida que recorrió de puntillas, en silencio, haciendo el bien, sirviendo a los pobres, sin pretensiones de grandeza ni parabienes, sin ideologías y con la sola fuerza de la caridad y su amor a la Cruz de Santo Toribio de Liébana. Un peregrino de la Cruz, como a él le gustaba decir.

Fuentes:  
- "Peregrino de la cruz, cansado y sin credencial", de Pablo Gaipo
- La Voz de Liébana
- José Angel Cantero - Marzo 2.023

Pablo Gaipo Albarrán
Pablo de niño
Isidoro y Magdalena, padres de Pablo
Ordenación sacerdotal

 

Ilustres

- Teodoro Gómez Mayo
- Pablo Gaipo Albarrán
- Ángel Gutiérrez González
- Concepción Arenal
- Todos los condes de la Cortina
- José Justo Gómez de la Cortina
- Manuel Monasterio Gutiérrez
- Sor Josefa Herrero del Corral
- Pedro Gómez de la Cortina
- Julia Emma López Roca
- Lucio Vicente López Lozano
- Francisco Aguilar Piñal
- Juan Gómez de Bedoya
- Ángel Salceda y Antonia del Corral
- Félix de las Cuevas González
- Vicente López y Planes
- Ramón de la Vega Alonso
- Esteban Cuevas González
- Fernando Gómez de Bedoya
- Francisco Gutiérrez de Valverde
- Sor Estéfana de las Cuevas Salceda
- Sor Felipa de las Cuevas Salceda
- Mariano Cuevas y Cuevas
- Gaspar de Celis y de la Canal
- Juan Manuel de las Cuevas Movellán
- Lucas de Celis Gómez de Bedoya
- Felipe Cuevas Gómez
- Gerardo Cantero González
- Pedro Antonio Gómez Haza
- Moisés de las Cuevas Caviedes
- Rosa Mayo Barrallo
- Pilar Peña Gutiérrez
- Nemesio Cuevas y Cuevas
- Angel Soberón Vega
- José María Bedoya González
- Alfonso Gutiérrez Cuevas
- Mena Sánchez Cuevas
- Luis de las Cuevas y de las Cuevas
- Jorge de las Cuevas Gómez
- Nicolás de las Cuevas Cabiedes
- Primo Cuevas Alles
- El Marqués de Morante
- Condes de la Cortina

Añade un comentario acerca de Pablo Gaipo

CLAVE: pablo

Los comentarios no serán visibles hasta que hayan sido validados por el Administrador

 

 

Resolución recomendada: 1024 x768
Mi correo ©Página creada por José Angel Cantero Cuevas
En Internet desde: 26-01-2.004