Lucio Vicente López Lozano Historiador, político, poeta y escritor argentino Pocos apellidos de las personas que emigraron desde el valle de Bedoya tuvieron el alcance y la repercusión como los que arrastró Domingo López de Santiago y Cantero, que se asentó en la ciudad de Buenos Aires alrededor de 1780. Un hijo suyo, Vicente López y Planes, llegó a alcanzar la Presidencia de la República Argentina y otros descendientes también llegaron a conseguir cargos de considerable relevancia en ese país. Uno de esos descendientes es Lucio-Vicente López Lozano del que vamos a plasmar aquí una breve semblanza. Como queda dicho, Lucio Vicente fue heredero de un apellido ilustre y él siguió también el ejemplo de una vida dedicada al culto de las tradiciones patrias, así como de las letras y de la historia en particular. Antecedentes familiares de Lucio Vicente López: Su bisabuelo fue Domingo López de Santiago Cantero que nació en San Pedro de Bedoya en el año 1756, emigrando de muy joven a Argentina donde instaló en Buenos Aires tres pulperías (tiendas). Allí se vendían géneros para el abasto, comestibles y bebidas. Se casó en el año 1782 con Catalina Planes. De este matrimonio nacieron nueve hijos, siendo el primogénito: Vicente López y Planes, su abuelo (1784-1856) (Ver su biografía) Vicente fue poeta y político. Su nombre está vinculado a los hechos más relevantes de la historia argentina. Ocupó diversos cargos públicos: Secretario del Primer Triunvirato, Diputado en la Asamblea General de 1813, Ministro y Gobernador provisorio de la provincia de Buenos Aires y como colofón Presidente de la República de Argentina. Su principal obra es el Himno de Mayo, convertido posteriormente en Himno Nacional Argentino. Se casó en el año 1813 con Lucía Riera y tuvieron un hijo: Vicente Fidel López Riera, su padre (1815-1903) Graduado en Derecho, jurisconsulto, novelista, profesor, historiador y político. Al ser opositor al brigadier Juan Manuel de Rosas, tuvo que salir de Argentina en calidad de exiliado en el año 1840 al entonces Estado Oriental del Uruguay para escapar de los rigores de la tiranía que había en el gobierno argentino. Regresó a su país en el año 1853. A su vuelta fue rector de la Universidad de Buenos Aires. Fue también ministro y su nombre fue citado varias veces como posible candidato a la primera magistratura argentina. No lo pudo lograr, pero fue elegido gobernador de la provincia de Buenos Aires. Fue designado también diputado nacional de 1876 a 1879, año en que fue nombrado Gran Maestre de la Gran Logia de Libres y Aceptados Masones hasta 1880, y luego fue nombrado Ministro de Hacienda de la República Argentina entre el 7 de agosto de 1890 y el 7 de junio de 1892. Dentro de su contorno familiar, señalar que se casó en la ciudad de Buenos Aires, en el año 1747, con Emiliana Lozano con la que tuvo cinco hijos. El mayor de ellos fue: Lucio-Vicente López Lozano, al que nos referimos en esta biografía Nació el día 13 de Diciembre de 1848 en la ciudad de Montevideo donde sus padres estaban exiliados. Por ley era ciudadano argentino y no había cumplido aún los 5 años cuando la familia regresa a Buenos Aires, donde Lucio cursa estudios secundarios en el Colegio Nacional Central, graduándose posteriormente en la Universidad de Buenos Aires en el año 1872. Vida familiar El 13 de Febrero de 1875 se casa en la Basílica Nuestra Señora de la Merced, Buenos Aires, con Emma Gregoria Napp, perteneciente a la alta aristocracia bonaerense. El fruto del matrimonio se vio recompensado con siete hijos: Vicente, Lucio, Gustavo, Juan María (fallecido de niño), de nuevo Juan María, Emma y Carlos. Vida literaria Lucio López, aparte de ser heredero de un apellido ilustre, siguió también el ejemplo de una vida dedicada al culto de las tradiciones patrias así como de las letras y de la historia en particular, ya que fue diplomático y profesor universitario. Entre sus trabajos literarios hay que recordar una obra que es ya clásica en la literatura argentina: «La gran aldea», donde intentó exponer y sintetizar el proceso de transformación sufrido por Buenos Aires y sus habitantes. Publicó también un libro de poesías: «Celajes patrios». En el año 1880, disconforme con el curso que habían tomado los asuntos públicos, viajó a Europa donde escribió “Recuerdos de Viaje”. Aparte era columnista del diario “El Progreso”, amén de otros periódicos de la capital donde publicó notas sueltas y algunos cuentos de escaso mérito que por lo regular no firmaba. Vida política La política....., la política ha sido la perdición de muchas generaciones de argentinos y a Lucio López, al que los cargos públicos terminaron por absorberlo, también con el tiempo le demandaría su tributo. Desde mediados de la década de 1870 fue sucesivamente, diputado a la Legislatura, diputado nacional, miembro de la Junta Revolucionaria en 1890. Fue ministro de Interior, aunque solo por un mes, en 1893. Al dejar de ser ministro, el presidente Luis Sáenz Peña lo designó, en mala hora, Interventor Federal en la Provincia de Buenos Aires, cargo que desempeñó desde el mes de Setiembre de 1893 hasta el mes de Mayo de 1894. Su acción contra la corrupción de las instituciones bancarias, y su excelente desempeño en la organización de las elecciones, fueron los acontecimientos más destacados de su gestión, pero también le significaron muchos enemigos. El duelo Durante su etapa como Interventor, Lucio López descubrió una maniobra relacionada con la venta fraudulenta de unas tierras en la Provincia de Buenos Aires por parte del coronel Carlos Sarmiento. El doctor Lucio López ni temió, ni dudó en denunciarle, solicitando una auditoría al Banco Hipotecario Nacional, la cual demostró que Sarmiento había vendido sus tierras sin cancelar el pago de su compra. Ante estas irregularidades, la operación queda anulada mediante un decreto, y el coronel Sarmiento fue detenido y condenado con la pena de cárcel, donde permaneció tres meses. Una vez libre, el coronel Carlos Sarmiento envió una carta al periódico de «La Prensa» con insultos, injurias y términos intimidatorios y violentos, contra el doctor Lucio Vicente López por haberle denunciado. En dicha misiva el coronel Sarmiento retó a un duelo a muerte a Lucio López. Otros historiadores mencionan que fue López el retador, apreciación más que probable. El honor de López había sido vituperado y aquello no se podía consentir. La violencia de la carta no admitía otra alternativa y, pese a que los amigos intentaron disuadir al doctor Lucio López, éste no cedió, aceptando el reto. De ésta manera ambos se enfrentaban, como era costumbre en aquella época entre los integrantes de las altas clases sociales, en un duelo para dirimir fuera de los estrados judiciales, las cuestiones que afectaban el honor de los involucrados. Lucio López decidió retar a duelo a un militar que sabía manejar las armas con la misma destreza con que él manejaba las ideas y las palabras. Fue la idea más irracional de un hombre que siempre se jactó de su racionalidad y que sabía muy bien que el derecho era más importante que el anacrónico código de honor. El Dr. Lucio López jamás antes se había enfrentado en un duelo, era un inexperto en el manejo de las armas y sus conocimientos sobre su uso eran más que insuficientes. Por el contrario, Carlos Sarmiento con 33 años de edad, a los 28 años era ya coronel por obra de su cultura y de su inteligencia, era un avezado en dicha cuestión. La desigualdad entre ambos era palpable. Pero Lucio pretendía preservar y defender su honor y de la mejor forma de conseguirlo era mediante un "duelo a muerte". Ritual de los duelos a muerte Hay que comentar que en ningún país el “duelo a muerte” fue reconocido como un medio legal de salvar el honor, por lo que los duelistas se citaban en lugares apartados y casi siempre al amanecer, aunque las autoridades solían hacer la vista gorda debido a la categoría social con que contaban normalmente los duelistas. Se consideraba que sólo los aristócratas o adinerados tenían un honor que defender y, por lo tanto, la clase social alta era la calificada para perpetrarlo. Si un caballero era insultado por alguien de la clase baja, aquel no lo retaba a duelo, sino que le infligía algún castigo físico o comisionaba a sus sirvientes para que lo hicieran. Los duelos podían efectuarse con la espada y, desde el siglo XVIII en adelante, con pistolas. Cada contrincante tenía que designar unos padrinos, que tenían calidad de testigos de fe. También era deber de los padrinos comprobar que las armas fueran idénticas y que el duelo resultara justo con las reglas marcadas. En caso de que su representado falleciera, los padrinos debían hacerse cargo de su cuerpo para ser entregado a sus familiares y dar parte ante la autoridad. A elección de la parte ofendida, el duelo podía ser: - «A la primera sangre», en cuyo caso finalizaba tan pronto como uno de los duelistas resultaba herido, incluso si la herida fuera leve. - Hasta que uno de los contrincantes fuera «severamente herido», de forma tal que se encontrase físicamente incapacitado para continuarlo. - «A muerte», en cuyo caso no habría satisfacción hasta que la otra parte estuviera mortalmente herida. - En el caso de duelos «a pistola», cada parte podía disparar un tiro. Incluso si ninguno acertaba el disparo, si el desafiante se considerase satisfecho, el duelo podía declararse terminado como generalmente sucedía. También un duelo a pistola podía continuar hasta que uno de los duelistas fuera herido o muerto. Para un duelo de pistolas, las partes debían ubicarse espalda contra espalda con sus armas cargadas en la mano, y caminar un número prefijado de pasos, volverse al oponente y disparar. Típicamente, cuanto más grave era el insulto, menos eran los pasos a caminar. En muchos casos los padrinos solían demarcar el suelo previamente, indicando el punto donde los duelistas debían detenerse, girar y disparar. A una señal, frecuentemente un silbato, los oponentes podían avanzar hasta las marcas y disparar a voluntad. Los padrinos no solo tenían la misión de fijar el tipo de armas y las reglas, tenían que precisar la fecha, hora y lugar de la contienda. En ocasiones trataban de arreglar en el último instante la cuestión que se iba a dilucidar para evitar el duelo y el “duelo a muerte” estaba servido. Se mata o se muere en defensa del honor. Cualquiera de los dos puede morir y no tiene razón el que sobrevive, ni la pierde aquel que muere. Así son los duelos. Misión de los Padrinos En el proceso que aquí estamos viendo, no hubo ningún tipo de arreglo entre las partes. La “suerte” estaba echada y el duelo se iba a celebrar, así que cada contendiente tenía que nombrar a sus padrinos, así como un juez y no podían faltar tampoco los médicos. Por parte del Dr. Lucio López se nombraron padrinos a: Francisco Beazley y el general Lucio Mansilla, todos miembros del Club del Progreso. Por su parte, el coronel Sarmiento hizo lo propio con el contra-almirante Daniel de Solier y el general Francisco Bosch. Mediante un sorteo entre los propios padrinos se eligió la persona que debía dirigir el duelo, correspondiendo “tal honor” al general Bosch. Como juez actuó don Luis F. Navarro y como médicos los doctores Padilla y Decaud. Los padrinos acordaron también que los contendientes darían doce pasos y desde esa distancia se harían los disparos a la señal de la "tercera palmada". Se acordó también que el duelo se efectuaría el viernes 28 de Diciembre de 1984, a las once de la mañana, en el bajo Belgrano, en una dependencia del Hipódromo de la ciudad bonaerense. Sarmiento jamás había cruzado una bala en un lance de este tipo. López tampoco. No eran duelistas pero sabían cómo cuidar su honor. Ambos, aquel 28 de diciembre, a la tercera palmada, tendrían que experimentar una fuerte conmoción en el pecho: el presentimiento de la muerte. La noticia del duelo conmovió a Buenos Aires. Había quien decía que todo esto terminaría mal. Por otra parte, estaban los descreídos de siempre, que pensaban que solo eran patrañas y nadie saldría lastimado. Pero la realidad era otra. Los padrinos se reunieron en un último intento para impedir esta locura. Hay murmullos, idas y venidas, cabezas gachas, encontrando siempre la negativa de los contendientes. Y llegó el día, llegó el viernes 28 de Diciembre de 1894. Poco antes de la hora fijada llegaron al Hipódromo en diversos carruajes los padrinos, médicos, el juez, familiares, algunos curiosos y como es lógico los protagonistas que no se conocían personalmente. Los doctores Padilla y Decaud, vestidos de negro, se miran circunspectos. Mansilla y Solier revisan las pistolas Arzon elegidas para esta circunstancia. Son las 11:10 de la mañana. El general Bosch revisa la vestimenta de los duelistas para asegurarse de que no vestían ropas acolchadas, ni portaban relojes, carteras o medallas que pudieran servir de defensa contra los proyectiles. A continuación mide los doce pasos reglamentarios, fijando los puntos extremos en que debían colocarse los contendientes. Entrega a cada uno su pistola con una sola bala en el cargador. Sarmiento y López se colocan en sus puestos. Están de frente uno de otro. Con sus ojos miden la distancia. Es la primera vez que se ven cara a cara. En Sarmiento hay determinación. En Lucio solo resignación. El General Bosch, que dirigía el duelo, les notificó que debían hacer el disparo dentro del golpe de la "tercera palmada". ¡UNA, DOS, TRES…..!!. Fuertes y duras palmadas se escuchan en aquella pesada mañana de Diciembre y dos balas se cruzan tras el humo que dibuja nubes desgarrando el aire. Por un segundo, tan solo un segundo, el mundo se detuvo con el estruendo de los disparos y los dos contrincantes se ven ilesos a través de esos distantes doce pasos. Si el primer disparo no alcanzaba destino, era usual intentar una reconciliación. Los padrinos se reúnen de nuevo, hablan, gesticulan. Los hijos mayores del Dr. López intentan acercarse a su padre. Para ellos todo ha terminado, ya que no hace falta prolongar esta congoja. Los apartan de allí. Los intentos de los padrinos fueron baldíos, ya que para salvaguardar el honor, tan brutalmente agredido, era necesario que el duelo se perpetrase. Era un "duelo a muerte". Los padrinos retornan a sus puestos. Se vuelven a cargar las pistolas. Nuevamente los pasos de rigor y las “tres palmadas”. Resuenan los disparos y Lucio López llevó su mano al costado, vaciló y se desplomó entre los brazos de Mansilla que solícito había acudido en su ayuda. El proyectil había hecho diana. El otro proyectil también rozó la oreja del coronel Sarmiento, pero sin mayores consecuencias. Los médicos se acercan rápidamente, los padrinos toman a Lucio por los brazos. Él pretende caminar mientras murmura, "es una injusticia, es una injusticia.....", pero cae mostrando sus manos ensangrentadas mientras su rostro se vuelve pálido por momentos. Tras una primera cura en la enfermería, una ambulancia, tirada por caballos a todo galope, condujo a Lucio López a su casa, en Callao 1862. La bala, alojada en su vientre, hizo sufrir intensamente al herido. En el camino a su casa, a la altura de las Aguas Corrientes, sufrió un desvanecimiento y el Dr. Padilla le administró una inyección de suero. La tenebrosa noticia cundió inmediatamente por la ciudad. A las 5 de la tarde, el Dr. López experimentó una leve mejoría, pero su estado era irreversible. Conversó con quienes lo rodeaban. Su esposa Emma Napp contenía el llanto. A las 8 de la tarde se acercaron los doctores Centeno y Llobet. Deciden sondear la herida para conocer mejor el trayecto de la bala. Un examen minucioso desveló que la bala le había atravesado su hígado, intestinos y bazo. Solo resta esperar que el amigo, el funcionario, el escritor, el abogado dejase este mundo. Sin embargo Lucio Vicente López experimenta de nuevo una ligera mejoría y bromea con Padilla a quien le recrimina su aire serio y reservado. Al atardecer se acercó el padre O'Gorman para otorgarle el sacramento de la extremaunción. Todos se retiran para que Lucio Vicente López, el hombre de mundo, el libre pensador se reconcilie con la fe que sus mayores portaron a Buenos Aires desde el valle de Bedoya. Su padre, afuera, espera desecho en lágrimas. Hasta el postrer instante lo acompañó también su fiel compañero, el senador y Ministro de Guerra Aristóbulo del Valle. Para él fueron las postreras palabras del caído: «¡Qué injusticia, Aristóbulo…..!. ¡Así son estas democracias inorgánicas…..!. Voy a morir con la convicción de que he sido uno de los hombres más honrados de mi país. He levantado resistencias….., pero ellas no venían jamás del lado de los buenos». Fueron sus últimas palabras. Fallecimiento El 29 de diciembre, a la una y siete minutos de la madrugada, entrega el doctor López su alma al Señor y su recuerdo a la inmortalidad. El certificado de defunción, dado ese mismo día, declaró lo siguiente: "herida penetrante del abdomen, con lesiones viscerales, complicada de shock traumático, hemorragia interna y peritonitis". En la tarde del mismo día 29 se efectuó el sepelio. Llovía. Acudieron a su casa, además de su restante familia, los amigos, alumnos y los correligionarios políticos. A su entierro, en el Cementerio de la Recoleta, asistieron más de dos mil personas. Allí hablaron sus amigos y allegados: Carlos Pellegrini, Carlos Rodríguez Larreta, Miguel Cané...... Este último lo despidió con estas palabras: «Ha muerto sonriendo tristemente del absurdo de su propia acción. Y no tenía más que cuarenta y seis años. Lucio ha muerto en un duelo por un hombre a quien vio por primera vez en el terreno del desafío y a quien como interventor había entregado a la justicia para su juzgamiento. ¿Hizo mal en batirse?. Harto sabemos que sí, que hizo mal, pero este hombre lo insultó gravemente y Lucio siempre quiso preservar su honor”. En el cementerio de la Recoleta una escultura del francés Jean Alexander Falguière, recuerda a Lucio Vicente López sobre un sarcófago de mármol. Sólo en las películas los buenos ganan y los malos pierden; en la trama de la historia, las recompensas y los castigos no siempre son así, suelen estar más repartidos. De esta forma trágica y absurda falleció Lucio Vicente López Lozano, el bisnieto del Presidente de Argentina, don Vicente López y Planes, y tataranieto de Domingo López de Santiago y Cantero, nacido en San Pedro de Bedoya. Datos tomados de: José Angel Cantero Cuevas - Mayo 2016 |
- Celestino Cuevas González |
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