Pedro Antonio Gómez Haza, vicario de la Diócesis
Empezaba el año 1.937 y corrían tiempos de guerra en España. Liébana estaba tomada por las fuerzas republicanas. En la casa-palacio de Salarzón, que hacía ya más de un siglo habían construido los Condes de la Cortina, había cierto nerviosismo, ya que a una mujer se le acercaba la hora del parto. Felizmente el 31 de Enero de 1.937 da a luz un niño que días más tarde bautizarían con el nombre de Pedro Antonio.
Sus padres se llamaban Mariano Gómez Salceda y María Haza Gutiérrez. Mariano había nacido en Salarzón, en la misma casa-palacio que, como descendiente de los Condes, había heredado. Ella, María, era natural de la localidad de Cobeña. Pedro Antonio fue el segundo hijo de los seis que llegó a tener el matrimonio.
Salarzón es un pequeño pueblo rural de montaña, situado en la ladera sur de la Peña Ventosa que le resguarda de los vientos norteños. Como la mayoría de los pueblos lebaniegos, Salarzón carecía de carretera. Hasta bien entrada la década de 1.960 no se construyó, así que los desplazamientos tenían que hacerse a pie, o con caballerías. Así eran las comunicaciones en Liébana hasta
no hace aún muchos años.
Pedro Antonio, al que en el valle de Bedoya todos le conocían como "Toñín", era un niño muy formal, recatado y con unas grandes aptitudes para el aprendizaje que recibía en la escuela del mismo pueblo. En el año 1.949 sus padres le mandan a estudiar al Seminario de Palencia, a donde pertenecía eclesiásticamente la parroquia de Salarzón. En la ciudad castellana "Toñín" hace los primeros cursos de humanidades y en el año 1.953, cuando se firma el Concordato entre el Gobierno Español y la Santa Sede para unificar y adaptar las diócesis con las provincias españolas, se cambia desde Palencia al Seminario de Monte Corbán en Santander de donde, a partir de ese momento, dependía su Parroquia.
En Corbán se va formando con unas
calificaciones académicas muy altas. En el año 1.961 el obispo de Santander, don Doroteo Fernández, le ordena sacerdote y ese mismo año canta su primera misa en Salarzón rodeado de familiares, amigos y de todo el valle de Bedoya que quiso acompañarle en ese día tan entrañable para él.
Pedro Antonio tiene también un empeño y una obsesión que ya desde pequeño le ronda su cabeza y que le llena y congratula el alma: la bella y loable tarea de reconstruir la historia de su familia. Fue un amante apasionado de la genealogía. Procedía de familia de marqueses y condes que habían dejado en Salarzón un gran legado como la casa-palacio donde él había nacido y la majestuosa iglesia neoclásica. Pedro Antonio disfrutaba hurgando en sus raíces y con unas documentadas fuentes a su alcance elaboró un espectacular e ilustrado árbol genealógico de sus antepasados que se remonta al año 1.600. Su filosofía se basaba en que el conocer de dónde venimos y quiénes fueron aquellos que nos precedieron, nos ayuda a entender nuestro presente.
Su primer destino como párroco es el pueblo de Tresviso, enclavado en pleno Picos de Europa. A Pedro Antonio no le cogió de sorpresa lo agreste y solitario de ese pueblo. Estaba acostumbrado. Tresviso, aunque con más habitantes, era un pueblo muy parecido a Salarzón. Estaba algo más alto, tampoco tenía carretera y las costumbres y tareas de sus vecinos eran parecidas, destacando el pastoreo de ganado ovino y caprino para la elaboración del preciado queso picón de Tresviso.
Allí estará un par de años hasta que con la llegada a Santander de un nuevo Obispo (Don Eugenio Beitia) se le asigna las parroquias de Riocorvo, Yermo y Cohicillos, localidades muy cercanas a la industrial Torrelavega y a las minas de Reocín, donde por aquellos años se iniciaba la llegada de masas de emigrantes de otra zonas de la provincia hacia donde se vislumbraba que estaba el progreso.
Este aluvión de gente traía unos problemas adyacentes, tanto materiales como espirituales, de los que Pedro Antonio no era ajeno. Su gran preocupación era la juventud. Había que ganarla aunque en el empeño le fuera la vida. En Riocorvo, en los bajos de la casa parroquial, montó un local donde la juventud acudía y se reunía todos los días en sus ratos de ocio. Juegos de mesa, televisión, biblioteca, bar, eran motivo suficiente para reunirlos a todos y poder darles algunas charlas de formación y cultura.
En el año 1.970 el entonces Obispo de Santander, don José María Cirarda, le nombra párroco de un nuevo barrio de Torrelavega que acababa de nacer debido a la gran atracción de la industria en la zona. Gentes de toda la provincia, castellanos, andaluces, extremeños, gallegos y portugueses se aglutinaban en el nuevo barrio. En pocos años surgió lo que luego se llamaría "Nueva Ciudad".
Pedro Antonio se sintió atraído por el tema de la pobreza y la justicia social.
Su celo sacerdotal lo llevó a trabajar con la juventud abandonada y entregada a todos los peligros de una epoca dura y difícil. Con una gran dedicación pastoral, promovió asociaciones y movimientos espirituales con la juventud creando en ella una adecuada formación espiritual, humana e intelectual.
"Nueva Ciudad", como queda dicho, es un barrio nacido en la segunda oleada de inmigración industrial de Torrelavega, lo que ayudó a crear un espacio residencial más organizado, en gran parte mejor construido y con espacios más definidos, que los que le precedieron en la obra de acoger a los miles de trabajadores que llegaron a Torrelavega al calor del progreso industrial. La llegada de nuevos vecinos y la construcción de los primeros edificios, determinó la necesidad de dar atención espiritual a aquellos nuevos torrelaveguenses. Allí se presentó Pedro Antonio y se encontró con que ni siquiera existía una iglesia.
Una vez nombrado párroco y partiendo de cero, hace una visita a Santander para exponerle al Señor Obispo las necesidades de la parroquia. El obispo Cirarda, en un primer momento, no consideró oportuno levantar un templo, pero sí ordenó acondicionar unos bajos en un edificio para atender los oficios religiosos.
Al párroco le esperaba un arduo trabajo. Cada feligrés viene de tierras distintas, cada uno con sus problemas y todos necesitando y pidiendo ayuda. Pedro Antonio fue una de esas personas incapaz de ver a alguien necesitado y no echarle una mano o decirle unas palabras amigas. Por eso tuvo que luchar mucho en su nuevo destino.
Pero solo no podía. Pronto se rodeó de gentes que le pudieron echar una mano en su intento. Eran los jovenes. Había que darles formación, trabajo y mucho amor. Pedro Antonio los ganó y los atrajo hacia donde él pretendía. Sus charlas, sus consejos, sus distracciones, sus momentos de ocio, sus campamentos lograron que la complicada juventud del barrio se viera comprometida con él.
Al mismo tiempo sus súplicas para la construcción de una iglesia al señor Obispo eran incesantes. Tuvo que suceder la llegada de un nuevo Prelado para que diera el visto bueno a la obra: Don Juan Antonio del Val, quien le dio plenos poderes para emprender la obra y a pesar de los parcos medios económicos con que se contaron, en el año 1.985 Pedro Antonio pudo ver inaugurada la nueva parroquia bajo la advocación de San Pablo.
La Iglesia en Cantabria estaba en tiempos de contínua renovación. Los Obispos se sucedían unos a otros con relativa celeridad y en el año 1.991 es nombrado un nuevo prelado, don José Vilaplana, que encarga a Pedro Antonio la dificil tarea colaborar con él como Vicario general de la Diócesis de Santander, cargo que ostenta durante varios años, a la vez que seguía atendiendo a su parroquia de "Nueva Ciudad".
Pero una grave y galopante enfermedad le avisa de que tiene que pensar un poco más en sí mismo. De todos modos, Pedro Antonio intenta seguir en la brecha y en Septiembre de 1.995 junto a un grupo de "sus" jóvenes parroquianos y guiado por su gran fe que como buen lebaniego tenía en la Cruz de Santo Toribio, emprende andando el camino desde Torrelavega hasta el monasterio lebaniego, pasando por Lamasón y el Collado de Taruey. A pesar de sus ya agotadas y muy limitadas fuerzas, después de tres días por duros y empinados senderos, por fin llegan a besar el santo Madero de la Cruz en Santo Toribio.
En este camino tuvo que pasar por su pueblo natal de Salarzón. Fue la última visita que hizo a su anciano padre, ya que el 15 de Noviembre de 1.995 fallecía en Torrelavega entre el dolor y la resignación de sus familiares, feligreses y amigos. Multitudinario fue su funeral en Torrelavega, presidido por el señor Obispo, y multitudinaria fue tambien la despedida en su querido pueblo de Salarzón donde reposan sus restos.
Un gran hombre, callado, sencillo, caritativo donde su mano derecha no sabía nada de la izquierda, un gran trabajador y luchador. El Ayuntamiento de Torrelavega, en agradecimiento y para inmortalizar su memoria, asignó a una plaza de su querido barrio de "Nueva Ciudad" con el nombre de "Pedro Antonio Gómez Haza". Allí donde Pedro Antonio tanto trabajó, tanto fruto dio y donde dejó hasta su vida quedó inmortalizado su nombre como ejemplo para las generaciones futuras.
José Angel Cantero - Junio 2.008 |