Sor Josefa Herrero del Corral, descendiente de Bedoya Falleció en el año 1893 en olor de santidad Las tardes de pandemia y confinamiento dan para mucho, entre otras cosas para husmear y navegar en internet. Un buen día me encontré con ésta interesante y bella historia de una mujer, descendiente de Liébana, concretamente de los pueblos de Pumareña y Castro, que después de una vida consagrada a Dios y a la enseñanza, falleció en olor de santidad. Me estoy refiriendo a la monja Sor María Josefa Herrero del Corral. Antecedentes familiares Sor Josefa nació en el año 1863 en la localidad de Castromocho, al suroeste de la provincia de Palencia. Los vínculos lebaniegos son éstos: sus padres fueron Andrés Herrero Alegre, natural de Castromocho y María Rosario del Corral Pérez, originaria de la localidad leonesa de Sahagún. Sus abuelos maternos fueron Juan Antonio del Corral y Mier (1796-1869), natural de la localidad lebaniega de Castro y la mexicana María Dolores Pérez de Andrade. Sus bisabuelos fueron los lebaniegos Francisco del Corral Soberón (1757-1835, de Castro) y Felipa de Mier Bustamante, natural de Potes. Y para finalizar, diré que sus tatarabuelos fueron Manuel del Corral Soberón, nacido en 1728 en Castro y que se casó en el año 1751 en San Pedro de Bedoya con María Soberón Morante de Salceda (1726-1781), natural de Pumareña, que fijaron su residencia en el pueblo de Castro perteneciente al Ayuntamiento de Cillorigo. Su bisabuelo, Francisco del Corral y Soberón, fue uno de los compradores que se aprovecharon de la desamortización de Mendizábal, adquiriendo tierras y propiedades que hasta entonces habían permanecido en manos del clero, incrementando notablemente el nivel de sus posesiones. El abuelo de Sor Josefa, Juan Antonio del Corral Mier, nacido en Castro como quedó dicho, emigró y residió un tiempo en Querétaro (México) con su hermano Manuel y con un tío eclesiástico. Allí se casó y en torno a 1832 se estableció en Sahagún, ya en España. En los padrones y censos figura Juan Antonio del Corral entre los mayores contribuyentes de la villa Sahagún y de la Provincia de León y en 1865 era el mayor contribuyente de la provincia por industria fabril y manufacturera. Intervino también activamente en la política local y provincial, ocupando varios cargos. Fue también comandante de la milicia nacional (liberal) en los primeros años de la regencia de María Cristina de Borbón. Una hija de Juan Antonio, llamada María Rosario, se casó con el abogado de acreditada familia Andrés Herrero que fueron los padres de Sor Josefa, siendo ésta la mayor de siete hermanos. Una de sus hermanas, Candelas Herrero del Corral, fue una de las primeras mujeres alcaldesas de España. En el año 1897 fue nombrada alcaldesa de Castromocho. Vida de Sor Josefa del Corral La vida de Sor Josefa nos la cuenta Lorenzo González Arenillas en su libro de apuntes: “DATOS PARA LA HISTORIA DE LA VILLA DE CASTROMOCHO”. Bien merece ésta hija de Castromocho, refiriéndose a Sor María Josefa, ocupar un lugar entre las figuras ilustres de este pueblo, por santidad, ya que no lo fuese por la ciencia. Nació por los años de 1863, siendo bautizada en San Esteban como hija de D. Andrés Herrero y de Dª Rosario del Corral, aquel de Castromocho y ésta de la villa de Sahagún. Desde muy niña manifestó felices disposiciones para todo, una laboriosidad sin límites, una humildad y una inteligencia superiores. Llegada ya a la edad adulta, sin que un anticipado misticismo anunciase una vocación particular que la separase de la agitada vida del mundo, resolvió hacer votos para ingresar en esa adorable institución que, fundada por San Vicente de Paul, conocemos con el nombre de hermanas de la Caridad: resolución tanto más meritoria, cuanto que al tomarla renunciaba voluntariamente un porvenir lisonjero con que la brindaban el amor de sus padres y hermanos y su considerable fortuna. Sus felices disposiciones para toda clase de trabajos propios del sexo femenino, su esmerada educación y bellísimo carácter fueron causa de que una vez ingresada en la Hermandad, la destinaron sus directores a desempeñar un cargo en la enseñanza, en el colegio que los PP. Paules sostienen en Murguía, provincia de Álava. Allí continuó varios años hasta su muerte ocurrida en 1893 que, por las circunstancias especiales en que ocurrió, creemos digna de ser trasladada a este libro, tal como se relata en la revista, que con el título de “Los Anales” publican los Paules para edificación, como en ella se dice, de las hermanas de la Caridad, y como diríamos nosotros para todo el que tenga fe en el cristianismo. Uno de nuestros padres del colegio del Sagrado Corazón de Jesús de Murguía (Murguía es un pueblo de la provincia de Álava, próximo a Vitoria), con fecha 25 de Agosto de 1893 escribió una carta a un con-novicio suyo que se hallaba en esta casa de Madrid, y en ella, entre otras cosas, refería la muerte de una hija de la Caridad, acaecida pocos días antes en el colegio que tienen en la susodicha población las hijas de San Vicente de Paul. Es verdad que no escribió él esta relación para que se publicase en “Los Anales”, pero juzgando nosotros que sería agradable a las Hijas de la Caridad y les podría servir de edificación, pedimos copia de ella con propósito de publicarla en nuestros Anales y de ella nos hemos servido para escribir las cortas líneas que a continuación siguen. En el colegio-asilo que tienen en Murguía las hijas de la Caridad, había una hermana por nombre Sor María Josefa Herrero del Corral, nacida de padres ilustres, cuyo desprendimiento de las cosas de este mundo era muy grande, cuya virtud era muy sólida, cuya solicitud era cumplir con exactitud las obligaciones propias de una Hija de la Caridad y cuyas aspiraciones eran salir cuanto antes de la presente vida para ir al cielo y unirse con Cristo. Sentimientos son estos verdaderamente cristianos, propios de almas generosas y de corazones enamorados del esposo celestial que manifiesta a las claras la nobleza y la hermosura del espíritu de nuestra hermana y las disposiciones habituales en que se hallaba. A pesar de que siempre había gozado de buena salud, en los primeros días de Agosto, cuando acababa de hacer los santos ejercicios, habiendo salido a paseo con las colegialas en compañía de otras hermanas, hablaba con gran fervor de la vanidad de las cosas de este mundo y decía a sus queridas niñas que era un bien salir cuanto antes de él para ir al cielo, puesto que allí únicamente se puede hallar la verdadera felicidad. ¡Qué dicha sería la nuestra, dijo entre otras cosas, si el día de la Asunción de la Santísima Virgen, Dios Nuestro Señor nos concediera esa gracia! Luego añadió que ella, en efecto había de morir en aquel día, pero ni las niñas ni las hermanas hicieron caso alguno de semejante afirmación, ni dieron crédito a sus palabras. Trascurridos dos días más enfermó gravemente otra hermana de la misma casa y nuestra Sor Josefa la felicitó porque había de morir pronto e ir al cielo; más luego añadió, que ella la habría de preceder. Tampoco esta vez se tomaron en cuenta sus palabras, ni se las dio crédito; pero al día siguiente fue acometida de un ataque de nervios tan violentos, que cuatro hermanas no podían sujetarla. Desde los primeros instantes perdió el conocimiento, y no haciendo otra cosa que dar voces y hablar como una máquina agitada de horribles convulsiones. Los médicos declararon que la enfermedad era muy grave, ya en sí misma, ya también por el peligro en que se hallaba la paciente de que la sobreviniera un derrame de sangre a causa de su mucha agitación, continuo movimiento e incesante hablar y vocear. Sin embargo, no creyeron que el mal era sin remedio y dieron algunas esperanzas y aplicaron a la enferma los remedios que creyeron oportunos. La enferma, en medio de su perturbación mental, en algunos momentos, sobre todo cuando se la llamaba la atención gozaba de cierta lucidez, pidió la santa Unción insistiendo en que había de morir el día de la Asunción a las tres de la mañana. ¿Porqué no pedía otro sacramento?. ¿Por inspiración divina, o porque conociera que no se hallaba en circunstancias de poderlo recibir?. Sea cual fuere la causa, es lo cierto que pedía la santa Unción y no la sagrada Eucaristía. Continuaba agravándose la enfermedad y la paciente iba perdiendo las fuerzas por momentos, merced a lo cual ya no eran tan violentas las convulsiones, aunque no cesaba el continuo hablar; y la vista y el oído se la fueron debilitando hasta perderlos por completo. Así pues, viendo que el peligro era inminente y que media vida se estaba acabando en la vigilia de la Asunción, a las diez de la noche administraron a la enferma el sacramento de la Extremaunción. Las hermanas que velaban aquella noche a la enferma, viendo que se iba acabando por instantes y acordándose de que las mareas ejercen grande influencia en los enfermos de gravedad, creyeron que a la una de la madrugada entregaría su espíritu al Señor, pero como diera la una y la enferma continuase lo mismo, se acordaron de las predicciones que ésta había hecho de que moriría a las tres de la mañana el día de la Asunción de la Virgen y comenzaron a tenerlas por ciertas. En efecto, algunos momentos antes de la mencionada hora empezó la agonía, y al dar las tres, se acabó la vida de nuestra enferma, coincidiendo su última respiración con la última campanada del reloj. Piadosamente se puede creer que su bendita alma, rotas las ataduras que la tenían aprisionada en la tierra, volaría a las mansiones de la gloria para gozar eternamente del Esposo celestial, cumpliéndose así los ardientes deseos que tenía de salir de este mundo miserable y unirse con su Amado. Grande sin duda fue la admiración que experimentaron cuantas personas fueron testigos de las predicciones, de la enfermedad y de la muerte de nuestra hermana, y ¿quién podrá explicar el dolor y la pena que su muerte causó a las hermanas que conocían su virtud y su mérito, a las colegialas internas y externas que la amaban entrañablemente y a su querida madre que, avisada de la enfermedad de su hija, desde Palencia, acompañada de su médico, fue a visitarla y cuando llegó ya la encontró muerta?. Creemos que Castromocho que se honra con tener hijos ilustres en armas, ciencias y artes no rechazará una hija que tanto brilló por sus virtudes, su fe y que falleció en olor de santidad por la supuesta predicción de su fallecimiento. Aunque hoy, desde un punto de vista lógico y racional, se pueda considerar una mera coincidencia, en aquellos tiempos de finales del siglo XIX se tuvo como un hecho extraordinario que generaría gran conmoción en las personas piadosas y religiosas. Y así sucedió, la localidad de Castromocho acogió a Sor Josefa Herrero del Corral, descendiente de Liébana (de Castro, de Potes y de Bedoya), también como hija ilustre por sus virtudes y santidad que se hicieron legendarias en toda la comarca. Fuentes: https://es.wikipedia.org/wiki/Juan_Antonio_del_Corral_y_de_Mier José Angel Cantero - 2021 |
- Celestino Cuevas González |
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